Page 104 - Cómo no escribir una novela
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El grano en el culo
                                                                    Cuando el autor ha leído demasiado a
                                                                                                       Bukowski



               Su  fino  y  morado  pelo  presentaba  un  aspecto  escamoso,  rojizo  y  con
               trasquilones que apuntaban a todas partes; unos pelillos grasientos colgaban
               de  su  piel  desnuda,  cuyas  manchas  y  protuberancias,  combinadas  con  un
               brillo amarronado, le daban la apariencia de un trozo de hígado enfermo. En

               el  muro  que  se  alzaba  tras  él  había  unas  páginas  arrancadas  de  unas
               casposas  revistas  pornográficas.  Con  el  paso  de  los  años  se  habían

               impregnado de grasa y manchado con cuerpos espachurrados de cucarachas.
               Cuando  habló,  un  olor  nauseabundo  se  desprendió  de  sus  dientes
               amarillentos, haciendo que Missy se estremeciera al percibir el acre sabor

               del pre-vómito en las pegajosas membranas de su garganta. Era un hedor
               que parecía emanar de lo más profundo de sus entrañas, quizás el efecto de
               años de estreñimiento crónico, que daba a sus palabras un tufillo como a

               descomposición regurgitada.
                   —Es un dólar justo —dijo él.
                   —Gracias —dijo Missy—, pero ¿me podría poner doble de queso?



          Hay  ciertos  autores  cuyos  personajes  siempre  se  están  tirando  pedos  alegremente  y

          estornudando  ruidosamente,  y  cuya  higiene  personal  merecería  un  tratado  de
          microbiología. Todas las escenas se desarrollan con un telón de fondo de montañas de
          basura  podrida  trufada  de  ruidosas  ratas,  legiones  de  cucarachas  y,  claro  está,  el

          protagonista.  Especialmente  desagradable  es  la  escena  en  que  el  héroe  y  su  amada
          parecen estar en un gabinete victoriano de monstruosidades médicas.
               Aunque los detalles ordinarios pueden tener su lugar, no deben estar presentes en

          todas  las  escenas.  Los  lectores  suelen  encontrar  estas  descripciones  repulsivas  y
          acaban abrigando serias sospechas sobre el autor. Escribir un libro de este tipo no es el
          camino más seguro para conseguir un generoso anticipo de un editor.

               Limita las escenas desagradables a esos momentos en que es lógico que los lectores
          experimenten desagrado. Si la terrible tortura de alguien en un sótano frío y húmedo es

          repelente, esa escena es perfecta. Si todas tus escenas son repelentes, tu lector emigrará
          a climas más saludables.
               Una nota final: a pesar de lo que aprendiste en el bachillerato, lo ordinario no es
          divertido.  Las  bromas  con  las  que  os  reíais  tú  y  tus  amigachos  una  y  otra  vez  sólo
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