Page 180 - Cómo no escribir una novela
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Cuando ella frunció el ceño al escribir el número, el alma se me cayó a
los pies. No era más que otra de esas guarrillas que se acostaban con
cualquiera. No podían evitarlo. Y no lo hacían porque disfrutaran del sexo.
Las mujeres no obtienen más placer del acto sexual del que obtengo yo
rascándome la picada de un mosquito. Es por puro narcisismo, un ansia sin
límites de que las vean siempre «atractivas». De hecho, esas guarras, en el
fondo, son todas lesbianas.
Quizá nunca te han introducido un enema por un extremo de tu sistema digestivo
mientras salmodiabas: «Ven a mí, energía jamara, ven a mí», pero tienes una creencia
que asoma en todo lo que escribes.
Incluso puede suceder que la opinión que sostienes no sea infrecuente, pero la
ferocidad con que la defiendes sí que lo es. Muchas novelas hablan de la duplicidad de
las mujeres, pero pocas lo mencionan en cada una de sus páginas. Cuando eso se
convierte en un leitmotiv, puede ser lo suficientemente desconcertante como para alejar
al lector y hacerle recelar. Puede parecerle como si el escritor hubiera construido todo
un universo de ficción con el único fin de pasar de contrabando un alegato en defensa
de sus fobias.
Las opiniones infrecuentes deben ofrecerse con moderación y deben eliminarse si el
lector va a acabar pensando sólo en eso. Y es mejor presentarlas como opiniones, no
como verdades indiscutibles. Recuerda que si te pones a contar una historia, tu objetivo
real es contar una historia, no exponer la hipocresía del sistema de promoción de los
profesores universitarios, los graves daños que ocasionan las endodoncias, los
beneficios de los cambios de hora según las estaciones…
La voz de la bestia
Cuando la opinión del autor es
universalmente odiada
El Kommandant lloró cuando soltó la mano del agonizante Simon. A pesar
de todos los esfuerzos de los doctores de las SS, y de los guardias que se
habían ofrecido voluntariamente para atender al enfermo en sus horas
libres, muchos de los pobres internos de Auschwitz estaban sucumbiendo al
tifus del que sus cuidadores habían intentado protegerlos. Los guardias
incluso se vieron forzados a quemar los cuerpos en vez de darles una digna