Page 27 - Cómo no escribir una novela
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Siempre es bueno evitar que el lector sepa lo que va a pasar antes de que pase. Si un
          personaje  trama  un  plan  antes  de  ponerlo  en  práctica,  es  conveniente  que  surjan
          circunstancias  no  previstas  o  que  se  cometan  errores.  Por  ejemplo,  Nefasto  puede

          revelar  que  ha  ocultado  una  bomba  entre  los  columpios  del  parque  que  acaba  de
          ponerse en marcha y que sólo él conoce el código para desactivarla. O ese golpe en la
          muñeca puede disparar un chip subcutáneo que activa la programación de Synthia. O

          Nefasto  puede  ser  asesinado  de  repente,  con  lo  que  Jack,  estupefacto,  descubre  que
          Nefasto tenía alguien detrás de él, que no es otro que la verdadera mente criminal que
          ha provocado el síndrome del túnel carpiano debido a los teclados de los ordenadores.

               A  los  lectores  no  les  gusta  que  los  planes  salgan  conforme  lo  previsto.  De  lo
          contrario, la acción se hace pesada y predecible, y el plan del lector de acabar el libro
          sí que no se cumple.








                           Por qué el oficio de escritor es más difícil que el de Dios

                  «¡Pero si esto le pasó de verdad a un amigo mío!»
                      En  la  vida  real  no  importa  lo  inverosímil  que  sea  un  hecho  —la
                  coincidencia de que William Shakespeare y Miguel de Cervantes murieran

                  en la misma fecha del año 1616, o de que a un hombre le alcance un rayo
                  cinco veces—; si ese hecho ha sucedido, nadie se plantea si podría haber
                  ocurrido o no. Nuestra credulidad no se ve puesta a prueba hasta el punto

                  de  que  dejemos  de  vivir  en  este  mundo  y  vayamos  a  buscar  otro  más
                  convincente.  Por  eso  Dios  puede  trabajar  con  las  coincidencias  más
                  enrevesadas, las intrigas más rocambolescas y dramáticas paradojas de lo

                  más  perversas,  sin  pararse  nunca  a  pensar  si  su  público  le  comprará  la
                  idea o no. Un escritor no cuenta con ese lujo.
                      Cuando un escritor propone un hecho inverosímil, se lo compramos o

                  no dependiendo de si ha logrado crear un mundo en el que ese hecho está
                  interrelacionado  con  todo  lo  que  le  rodea,  de  forma  que  al  lector  se  le

                  presenta  como  algo  que  muy  bien  puede  suceder.  Los  golpes  de  buena
                  fortuna inesperados no surgen de la nada: uno descubre ese maletín lleno
                  de  dinero  debido  a  una  cadena  de  hechos  que  han  provocado  que  ese
                  maletín esté en el armario de la habitación de nuestro hotel.

                      Lo que a los personajes les puede parecer una suerte increíble debe
                  parecerle  al  lector  algo  inevitable.  El  escritor  nos  debe  conducir  de  tal
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