Page 23 - COLOMBIA:
P. 23
Prohibamos en Francia los reclamos de la ciudadanía, el derecho a la
indignación, y el derecho soberano de los trabajadores franceses a hacer
temblar a sus instituciones, y no sólo harán guerrillas sino otra
Revolución Cortacabezas, porque en Francia sí saben que ser ciudadano
es fundamentalmente no dejarse pisotear de nadie, y menos si es uno el
que les paga el sueldo.
Yo sostengo que es el Estado colombiano imperante, con su ineficiencia
y su irrespeto por los reclamos de la ciudadanía, el que fuerza a los
campesinos a adherir a esos movimientos armados que no tienen ningún
futuro, pero que por lo menos tienen presente.
El Frente Nacional cerró además el acceso a la riqueza
para las clases medias emprendedoras, y éstas se vieron
empujadas por ello hacia actividades ilícitas como el
contrabando y el narcotráfico, ya que si una sociedad
niega las posibilidades legales en el marco de la
democracia económica, quienes aspiran a la riqueza sólo
tienen el camino de la ilegalidad.
Cierto rey babilonio, en un relato de Voltaire, consulta
desesperado al oráculo porque su hija la princesa se ha
fugado con un vagabundo, y el oráculo le responde con estas palabras:
"Cuando uno no casa a las muchachas, majestad, las muchachas se
casan solas". Fue esto lo que ocurrió en Colombia desde comienzos de
los años setenta.
La vieja ideología señorial había impuesto aquí la absurda lógica de que
cualquier concesión a los pobres es un escándalo. Para ser rico, la única
condición era haber tenido la precaución de serlo desde la cuna, y todo lo
demás era pretensión descabellada y ridícula. Ello es aún más extraño si
pensamos que nuestra clase dirigente, por una voltereta tramposa,
abandonó la vieja teoría medieval de la nobleza de sangre y fingió
adoptar los principios de la democracia liberal debidos a la Revolución
francesa. Todo ello era muy bien visto en la letra, pero que la
servidumbre no buscara propasarse, ni intentar escenas bochornosas.
Es muy difícil sostener una sociedad señorial, racista, excluyente y
mezquina, en la que sobreviven términos como "gente bien", "gente de
buena familia", y al mismo tiempo barnizarla con un discurso liberal
aureolado por la pretensión de que todos son iguales ante la ley y viven
bajo el imperio de la Declaración de los Derechos del Hombre y del
23