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La guerrilla,  el narcotráfico y la delincuencia  común no pueden ser
                              conjurados con meras soluciones policivas, su desaparición no depende
                              de   una   costosísima   política   de   guerra.   La   guerra   puede   servir   para
                              justificar   presupuestos   gigantescos,   pero   no   para   alcanzar   la
                              reconciliación ni la superación efectiva de esos conflictos. El caso de la
                              sociedad colombiana en los últimos 50 años es el caso de un Estado
                              criminal que criminalizó al país.


                              Porque la consecuencia principal del Frente Nacional es que, abolida
                              toda oposición, toda vigilancia ciudadana, el Estado se convirtió en un
                              nido de corrupciones, en una madriguera de apetitos sin control entre dos
                              partidos cómplices que no admitieron fiscalización alguna.

                               Por un camino muy distinto, curiosamente, México llegó a una situación
                              semejante. Así como allá la existencia de un solo partido, sin oposición
                              posible,  fue corrompiendo  al Estado hasta convertirlo en un nido  de
                              burócratas sin entrañas y de ambiciosos sin escrúpulos, así también
                              nuestra dictadura de un solo partido (con dos cabezas y con dos colores)
                              convirtió al Estado en una eficiente mole de corrupción, continuamente
                              enfrentada   consigo   misma,   a  la   que   ningún   presupuesto  le  alcanza,
                              donde cada pequeño funcionario manipula la ley a su antojo con toda
                              impunidad, y donde una vasta red de compadres y amigos parásita del
                              caos y exprime a todo el que cae en sus manos. Desde las más altas
                              hasta las más bajas esferas el tráfico de influencias es la norma.

                               Ahora bien, ¿puede esta larga enumeración de causas explicar por qué
                              nuestra sociedad es incapaz de reaccionar y de modificar una situación
                              que se ha vuelto intolerable?  "Ser maltratado no es un mérito", dijo
                              Bernard Shaw a un visitante que le enumeraba sus males.

                               He referido los precedentes de nuestra situación, pero el propósito de
                              estas páginas es pensar en el porvenir y atrever reflexiones sobre la
                              Nueva República, como la llamaba Gaitán, que estamos en el deber de
                              construir.   Una   república   capaz   de   superar   una   larga   historia   de
                              negligencias y de crímenes, capaz de ofrecer al mundo algo mejor que
                              un recurrente memorial de agravios.

                              El Proyecto Nacional tantas veces postergado tiene que volver a alzarse,
                              hasta que la cordura y la nobleza de corazón se impongan en el mismo
                              escenario donde hoy persisten los negadores del país y los destructores
                              de   su  esperanza.   "Todo recuerdo es   triste  y todo presentimiento  es
                              alegre", dijo Novalis.



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