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modelo social excluyente ha fracasado, aunque cada día sientan más
                              cerca las lenguas del caos.


                              Altos ingresos y cartas de crédito y clubes y lujosos centros comerciales
                              donde se puede vivir por un rato como en Nueva York, y a donde no llega
                              todavía la violencia de los miserables y la brutalidad de las mafias les
                              garantizan la conveniencia del modelo. No se preguntan por qué las
                              gentes acomodadas  de otros países no tienen que conformarse con
                              pequeños guetos residenciales y comerciales sino que pueden andar por
                              sus ciudades y por sus campos disfrutando plenamente del mundo. Se
                              han resignado a vivir tras los muros y no ignoran que algo está podrido
                              en el mundo que tan celosamente defienden.

                                  Pero gradualmente el país se ha hecho inhóspito y difícil aun para los
                              que siempre se lucraron de él; la postergación de las reformas y la
                              renuncia al Proyecto Nacional han vulnerado tanto a la población, que ya
                              hasta los dueños del poder se quejan del país que hicieron.

                                Existen hoy en el territorio más de 400 personas secuestradas, y los
                              presentadores de noticias nos despiertan en las mañanas a la pesadilla
                              de   recordar   que   vivimos   en   un   país   sitiado   por   guerrilleros,
                              narcotraficantes,   paramilitares,   autodefensas,   milicias   populares   y
                              delincuentes comunes.

                                Los dueños del país tienen que sentir alarma ante esto que no han
                              sabido evitar con su poder. Esos millones y millones de pesos que nunca
                              fueron capaces de invertir en evitar los males de la pobreza, los tienen
                              que gastar en armas para reprimir a los hijos del resentimiento y de la
                              miseria. Como es su costumbre, olvidan que ellos tuvieron siempre el
                              derecho y el poder de hacer y deshacer a su antojo, y acusan al pueblo
                              de ser el causante del caos.

                               Leemos en los grandes diarios, cuyo esfuerzo persistente por disimular
                              el   horror   y   cuya   renuncia   culpable   a   ser   la   conciencia   crítica   de   la
                              sociedad han sido por décadas el sedante de la opinión pública, que el
                              país ha  perdido  sus  valores,   que se han  deteriorado  la moral   y las
                              buenas costumbres. Pero, como decía Bernard Shaw, hay momentos en
                              que el pueblo no necesita más moral sino más dinero. Tener con qué
                              comer   no   garantiza   que   alguien   se   porte   bien,   pero   no   tenerlo
                              francamente exige que uno se porte mal.


                                Los responsables del drama empiezan a exigir que sean las víctimas
                              quienes arreglen lo que la codicia ha dañado, exactamente a la manera


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