Page 45 - Fantasmas
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Joe HiLL
En la cama había una anciana de aspecto frágil con la sá-
bana enrollada en la cintura. Estaba desnuda y parecía intentar
rascarse, con los brazos esqueléticos levantados sobre la ca-
beza.
—Discúlpeme —musitó Carroll desviando la mirada—.
Lo siento mucho.
Una vez más se dispuso a cerrar la puerta, pero entonces
se detuvo y miró otra vez hacia el interior de la habitación. La
anciana se movió de nuevo bajo las sábanas. Tenía los brazos
extendidos sobre la cabeza. Fue el hedor a carne humana que
desprendía lo que le hizo pararse y mirarla fijamente. Confor-
me sus ojos se acostumbraron a la oscuridad vio que una cuer-
da rodeaba las muñecas de la anciana, sujetándolas al cabecero
de la cama. Tenía los ojos entrecerrados y respiraba con ester-
tores. Bajo los sacos de piel que eran sus senos se le transpa-
rentaban las costillas. Las moscas zumbaban. La mujer sacó
la lengua de la boca y se la pasó por los labios resecos, pero no
emitió palabra alguna.
Enseguida Carroll se encontró caminando rápidamente
por el pasillo con las piernas entumecidas. Al pasar por de-
lante de la cocina tuvo la impresión de que el hermano gordo
levantaba la vista y lo miraba, pero no redujo el paso. Por el ra-
billo del ojo vio a Peter Kilrue de pie en lo alto de la escalera,
observándolo con la cabeza levantada, como si se dispusiera a
preguntarle algo.
—Cojo eso y enseguida vuelvo —le dijo Carroll sin de-
jar de caminar y con voz estudiadamente despreocupada.
Abrió la puerta de entrada y salió deprisa, aunque no sal-
tó los peldaños, sino que los bajó uno a uno. Cuando se está
huyendo de alguien nunca hay que saltar escalones, es la me-
jor manera de torcerse un tobillo. Lo había visto en centenares
de películas de miedo. El aire era tan gélido que le quemaba los
pulmones.
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