Page 46 - Fantasmas
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FANTASMAS


               Una de las puertas  del garaje estaba abierta y al pasar por
         delante  miró hacia el interior.  Vio un  suelo de tierra, cadenas  y
         ganchos que pendían de las vigas y una  sierra  eléctrica  colgada
         en  la pared. De pie, detrás  de una  mesa,  había un  hombre  alto
         y anguloso con  una  sola mano.  La otra  era  un muñón, cuya piel
         mutilada  brillaba  en  las cicatrices.  Miró  a Carroll  sin decir pa-
         labra,  con  unos  ojos pálidos  atentos  y huraños.  Carroll  son-
         rió y le saludó  con  la cabeza.

               Abrió  le puerta  de su  Civic  y se sentó  apresuradamente
         frente  al volante...  Entonces  una  oleada  de pánico le recorrió
         el pecho. Había olvidado  las llaves  en  el abrigo. Al darse cuen-
         ta sintió  deseos  de llorar, pero  de su  boca abierta sólo salió una

         mezcla de risa y sollozos.  También  esto  lo había visto  en  cien-
         tos  de películas de miedo.  La víctima  había olvidado  las llaves,
         o el coche  no  arrancaba,  o...
               El hermano  manco  estaba en la entrada del garaje y lo mi-
         raba.  Carroll  lo saludó  con  una  mano  mientras  que con  la otra
         desenchufaba  su  teléfono  móvil  del cargador.  Al mirarlo  se  dio
         cuenta  de que allí no  había cobertura,  lo que, en cierto  modo, no
         lo sorprendió.  Dejó escapar  otra  carcajada  ahogada e histérica.
               Cuando  levantó  la vista vio que  la puerta  de la casa  es-
         taba  abierta  y dos figuras  lo miraban,  de pie. Los  hermanos
         tenían  la vista fija en  él. Salió  del coche y echó a andar  deprisa
         por el sendero  de entrada.  No empezó a correr  hasta  que oyó
         gritar a uno  de ellos.
               Cuando  llegó al final  del sendero  no  giró para  tomar  la
         carretera,  sino  que  se  internó  campo a través  por los matorra-
         les y en  dirección  a los árboles.  Las  ramas  delgadas  le golpea-
         ban la cara  como  si fueran  látigos. Tropezó  y se  rasgó una  de
         las perneras  del pantalón a la altura  de la rodilla.  Se levantó  y
         continuó  la marcha.
               La noche  era  clara y despejada,  con  el cielo  plagado  de
         estrellas.  Se detuvo  junto a una  pendiente  inclinada,  agaza-



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