Page 50 - Fantasmas
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FANTASMAS



              Estas y muchas  otras famosas historias  relacionadas  con  el
        cine Rosebud  son falsas...  meras  leyendas inventadas por gen-
        te que ha visto  demasiadas películas  de terror y que  cree  saber
        muy  bien cómo funciona  un  cuento  de fantasmas.
              Alec Sheldon,  uno  de los primeros  en  ver  a Imogene  Gil-
        christ,  es propietario  del Rosebud y a sus  setenta y tres años  si-
        gue manejando  él mismo  el proyector casi todas las noches.  Con
        sólo hablar  unos  instantes  con  una persona  que afirma haber-
        la visto  sabe si dice o no  la verdad.  Pero  esa  información  se  la
        guarda para  sí y nunca  desmiente públicamente  la historia  de
        nadie...  Sería perjudicial para.el negocio.
              Sin embargo sabe muy  bien que  quien afirma haber vis-
        to a través  de ella miente.  Algunos de estos  charlatanes  hablan
        de sangre  que mana  de su  nariz, sus  oídos, sus  ojos; afirman que
        les dirigió una  mirada  suplicante y les pidió que llamaran  a al-
        guien,  que  buscaran  ayuda.  Pero  ella no  sangra  nunca  así y
        cuando  tiene ganas  de hablar no  es para pedir un  médico.  Mu-
        chos  de los supuestos  testigos  empiezan  su  relato  de la misma
        manera:  No se va  a creer  lo que acabo  de ver.  Y están  en  lo co-
        rrecto, porque  él no  se  lo cree,  aunque  siempre  los escucha  con
        una  sonrisa paciente,  casi alentadora.
              Aquellos  que  la han visto  no  van  en  busca  de Alec para
        contárselo.  Lo más  normal  es  que  sea  él quien  los encuentre  a
        ellos  deambulando  por el vestíbulo  con  paso  vacilante;  están
        conmocionados  y no  se sienten  bien.  Necesitan  sentarse  un  mo-
        mento.  Nunca  dicen:  No va  a creer  lo que  acabo  de ver.  La
        experiencia  está  todavía  demasiado  reciente  y la idea  de que
        quizá no  les crean  no  les viene hasta más tarde.  A menudo  se en-
        cuentran  en  un  estado  que podría calificarse  de adormecimien-
        to,  de aceptación  incluso.  Cuando piensa  en  el efecto que  tiene
        en  quienes se  encuentran  con  ella se acuerda  de Steven  Green-
        berg saliendo  de una proyección  de Los pájaros una fresca tarde
        de domingo  en  1963.  Steven  tenía  entonces  doce  años  y pa-




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