Page 56 - Fantasmas
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FANTASMAS
—Mamá, ¿cuándo sale Mickey?
Para los niños aquello era como estar en clase. Pero pa-
ra cuando empezó el siguiente número musical de la película y
la orquesta pasó de Bach a Tchaikovski, Alec estaba erguido en
su asiento, incluso inclinado ligeramente hacia delante, con los
codos apoyados en las rodillas. Vio a las hadas danzando ju-
guetonas por el oscuro bosque, tocando flores y telarañas con
sus varitas mágicas y esparciendo nubecillas de rocío incan-
descente. Sentía una especie de confundida admiración al ver-
las revolotear, un extraño anhelo, y de pronto pensó que le gus-
taría quedarse allí sentado, en ese cine, para siempre.
—Podría quedarme en este cine para siempre —susurró
alguien a su lado. Era una voz de niña—. Quedarme aquí sen-
tada viendo películas y no salir nunca.
No sabía que había alguien sentado a su lado y le sobresal-
tó oír una voz tan cerca. Pensaba, no, sabía que cuando se sentó
las butacas a ambos lados estaban vacías. Volvió la cabeza.
Era sólo unos pocos años mayor que él, no tendría más
de veinte, y su primer pensamiento fue que estaba buena; el co-
razón se le aceleró ligeramente al darse cuenta de que una chi-
ca mayor le estaba hablando y pensó: «No lo estropees». Ella
no lo miraba, tenía los ojos fijos en la pantalla y sonreía con
una mezcla de admiración y asombro infantil. Alec quería de-
sesperadamente decirle algo que la impresionara, pero tenía la
lengua atrapada en la garganta.
La chica se inclinó hacia él sin despegar la vista de la pan-
talla y su mano rozó la suya, apoyada en el brazo de la butaca.
—Siento molestarte —susurró—. Pero es que cuando una
película me gusta me entran ganas de hablar. No puedo evi-
tarlo.
Al minuto siguiente Alec fue consciente de dos cosas, más
o menos a la vez. La primera era que la mano de ella en contacto
con su brazo estaba fría. Podía sentir su frialdad letal a través
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