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conjunto de heavymetal que él admiraba. Los anillos habían partido el labio
                superior de Adrian destrozándole tres dientes.
                   --¡Socorro! -chilló Hagarty-. ¡Socorro, socorro! ¡Lo están matando!
                   Los edificios de Main Street permanecían a oscuras. Nadie acudió a ayudarlo, ni
                siquiera de la única isla de luz blanca que señalaba la terminal de autobuses.
                Hagarty no lo entendió: allí había gente. Él la había visto al pasar con Adri. ¿Era
                posible que nadie acudiese en su ayuda? ¿Nadie en absoluto?
                   --¡Socorro, Socorro! ¡Lo están matando, socorro, por el amor de Dios!
                   --Socorro -susurró una voz muy baja, a la izquierda de Don Hagarty... y luego
                oyó una risita.
                   --¡Al agua! -chillaba Garton en ese momento. Los tres habían estado riendo
                mientras castigaban a Adrian-. ¡Al agua con este marrano!
                   --¡Al agua, al agua, al agua! -repitió Dubay, riendo.
                   --Socorro -volvió a decir la vocecita. Y aunque sonaba grave, se repitió aquella
                risita aguda. Era como la voz de un niño que no puede contenerse.
                   Hagarty bajó la vista y vio al payaso. Fue en ese punto cuando Gardener y
                Reeves comenzaron a dudar de cuanto Hagarty decía, pues el resto fue un delirio
                de lunático. Más tarde, sin embargo, Harold Gardener vaciló. Al descubrir que el
                muchacho Unwin también había visto a un payaso (al menos, eso decía), tuvo sus
                dudas. Su compañero no las tuvo; al menos, jamás las reconoció.

                   "El payaso -dijo Hagarty-, parecía una mezcla de Ronald Mcdonald y Bozo,
                aquel viejo payaso de la tele"; al menos, eso pensó en un principio. Eran los
                mechones color naranja los que le llevaban a esa comparación. Pero más tarde, al
                pensarlo mejor, se dijo que el payaso no se parecía a ninguno de aquellos dos. La
                sonrisa pintada sobre el maquillaje blanco no era color naranja sino rojo, y sus
                ojos despedían un extraño brillo plateado. Lentes de contacto, quizá... Pero una
                parte de él había pensado entonces, y seguía pensando, que tal vez aquellos ojos
                eran realmente color de plata. Llevaba un traje abolsado, con grandes botones
                color naranja. En las manos llevaba guantes de caricatura.
                   --Si necesitas ayuda, Don -dijo el payaso-, puedes coger un globo.
                   Y le ofreció el manojo que tenía en una mano.
                   --Flotan -dijo-. Aquí abajo todos flotamos. Muy pronto, tu amigo también flotará.



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                   --Conque ese payaso lo llamó por su nombre -dijo Jeff Reeves con tono
                inexpresivo.
                   Miró a Harold Gardener, por sobre la cabeza inclinada de Hagarty, y guiñó un
                ojo.
                   --Sí -confirmó Hagarty sin levantar la vista-. Adelante, pueden pensar que estoy
                loco.




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