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contra la axila derecha de Adri, pero no lo mordía: estaba sonriendo. Hagarty le vio
                mirar por debajo del brazo de su amigo y sonreír.
                   El payaso estrujó los brazos de Adrian y Hagarty oyó un crujir de costillas.
                   Adri gritó.
                   --Flota con nosotros, Don -dijo el payaso, con su boca roja y sonriente.
                   Y entonces señaló con una mano enguantada hacia debajo del puente.
                   Allí flotaban globos: no diez ni cien sino miles, rojos, azules, verdes, amarillos. Y
                en cada uno se leía: ¡I "corazón pintado" Derry!



                   16.


                   --Bueno, parece que había muchos globos -dijo Reeves, dedicando otro guiño a
                Harold Gardener.
                   --Puede pensar lo que quiera -reiteró Hagarty con la misma voz cansina.
                   --Y usted vio todos esos globos -dijo Gardener.
                   Don Hagarty levantó lentamente las manos delante de su cara.
                   --Los vi con tanta claridad como veo mis dedos en este momento. Miles de
                globos. Ni siquiera se podían ver los pilares del puente. Ondulaban un poco y
                parecían saltar. Se oía un ruido. Un ruido extraño, grave y chirriante, que hacían al
                frotarse entre sí. Y cordeles. Había una selva de cordeles blancos colgando.
                Parecían blancas hebras de telaraña. El payaso llevó a Adri allí abajo. Vi cómo su
                traje rozaba aquellos cordeles. Adri emitía unos ruidos horribles, como si se
                ahogara. Eché a andar hacia él... y el payaso volvió la cabeza. Entonces le vi sus
                ojos y de inmediato comprendí quién era.


                   --¿Quién era, Don? -preguntó Harold Gardener suavemente.
                   --Era Derry -dijo Don Hagarty-. Era esta ciudad.
                   -¿Y qué hizo usted entonces? -quiso saber Reeves.
                   --Eché a correr-respondió Hagarty. Y prorrumpió en lágrimas.



                   17.


                   El 13 de noviembre, un día antes de que John Garton y Steven Dubay fueran
                juzgados en el tribunal de Derry por el asesinato de Adrian Mellon, Harold
                Gardener fue a ver a Tom Boutillier, fiscal auxiliar. Quería hablar de ese payaso.
                   --No había ningún payaso, Harold. Los únicos payasos, esa noche, eran esos
                tres muchachos. Lo sabes tan bien como yo.
                   --Pero hay dos testigos...
                   --Oh, tonterías. Unwin decidió sacar a relucir al Manco, con lo de "nosotros no
                matamos al marica, fue el manco", cuando advirtió que se había metido en un
                buen lío. En cuanto a Hagarty, estaba histérico. Había visto morir a su mejor
                amigo. No me sorprendería que hubiese visto ovnis.
                   Pero Boutillier tenía otras ideas. Gardener se lo leyó en los ojos. Que el fiscal
                auxiliar esquivara la responsabilidad lo irritó.
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