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--Entonces lo arrojaste al agua -dijo Boutillier.
--¡Yo no! -replicó Unwin, levantando la vista. Se apartó el pelo de los ojos y los
miró con ansiedad-.
Cuando vi que lo decían en serio, traté de apartar a Steve. Temí que el marica
se hiciese daño. Hasta el agua hay unos tres metros.
Había seis metros noventa. Uno de los hombres de Rademacher ya había
tomado la medida.
--Pero Telaraña estaba fuera de sí. Los dos seguían gritando: ¡Al agua, al agua!
Y lo levantaron. Telaraña lo sostenía por los brazos y Steve por el culo, y... y...
14.
Cuando Hagarty vio lo que intentaban hacer corrió hacia ellos, gritando a todo
pulmón:
--¡No, no, no!
Chris Unwin le dio un empujón y Hagarty cayó al suelo.
--¿Quieres ir al agua tú también? -susurró-. ¡Mejor vete de aquí!
A continuación arrojaron a Adrian Mellon por el puente.
--¡Larguémonos! -exclamó Steve Dubay.
Él y Webby ya retrocedían hacia el automóvil. Chris Unwin se acercó a la
barandilla para mirar. Vio a Hagarty bajar resbalando por el terraplén de hierbas y
sembrado de basura, hacia el agua. Luego vio al payaso. El payaso estaba
sacando a Adrian por el otro lado, con un brazo; en la otra mano sostenía los
globos. Adrian gemía empapado y sofocado. El payaso volvió la cabeza hacia
chris con una amplia sonrisa. Chris le vio los ojos plateados, brillantes, y los
dientes. Dientes grandes, dijo.
--Como los del león del circo -dijo-. Es decir, así de grandes.
Entonces vio al payaso tirar de un brazo de Adrian Mellon, hasta pasárselo por
encima de los hombros.
--¿Y entonces, Chris? -dijo Boutillier.
Esa parte lo aburría. Los cuentos de hadas lo aburrían desde los ocho años.
--No sé -dijo Chris-. Porque en ese momento Steve me agarró y me empujó
hacia el coche. Pero... creo que le mordió el sobaco. -Volvió a levantar la vista,
inseguro-. Creo que le mordió el sobaco. Como si quisiera comérselo... Como si
quisiera comerle el corazón.
15.
No ocurrió así, dijo Hagarty, cuando le dieron a leer la declaración de Chris
Unwin. El payaso no había arrastrado a Adri hasta la ribera contraria; al menos él
no lo había visto. Y podía asegurar que a esas alturas había sido algo más que un
observador imparcial. A esas alturas estaba fuera de sí, qué demonios.
El payaso, dijo, estaba de pie cerca de la ribera opuesta con el cuerpo
chorreante de Adrian entre los brazos. El brazo derecho de Adri asomaba, tieso,
por detrás de la cabeza del payaso. Y era cierto que la cara del payaso estaba