Page 122 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
P. 122
Una súbita contorsión de dolor cruzó el rostro de Hallward. Se detuvo un
instante, y un inmenso sentimiento de piedad se apoderó de él. Después de
todo, ¿qué derecho tenía a inmiscuirse en la vida de Dorian Gray? Si había
hecho una décima parte de lo que se rumoreaba, ¡cuánto tenía que haber
sufrido! Entonces se levantó y fue hasta la chimenea, donde se quedó
contemplando los leños que ardían con su escarcha de ceniza y sus palpitantes
corazones de fuego.
—Estoy esperando, Basil —dijo el joven con una voz dura y clara.
Se dio la vuelta.
—Lo que tengo que decir es esto —exclamó—. Debes darme alguna
respuesta a esas terribles acusaciones que se hacen contra ti. Si me dices que
son completamente falsas de principio a fin, te creeré. ¡Niégalas, Dorian,
niégalas! ¿No entiendes lo que estoy sufriendo? ¡Cielo santo! ¡No me digas
que eres infame!
Dorian Gray sonrió. Hubo un gesto de desdén en sus labios.
—Sube las escaleras, Basil —dijo tranquilamente—. Llevo un diario de
mi vida día tras día, y jamás sale de la habitación donde se escribe. Te lo
mostraré si vienes conmigo.
—Iré contigo, Dorian, si eso quieres. Veo que he perdido mi tren. No
importa. Puedo irme mañana. Pero no me pidas que lea nada esta noche. Todo
cuanto quiero es una respuesta simple a mi pregunta.
—La recibirás arriba. No puedo dártela aquí. No tendrás que leer mucho.
No me tengas esperando.
Página 122