Page 119 - El retrato de Dorian Gray (Edición sin censura)
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—Gracias, no tomaré nada más —dijo Hallward quitándose el abrigo y el
sombrero y arrojándolos sobre el maletín, que había dejado en un rincón—.
Y, ahora, querido muchacho, quiero hablar contigo en serio. No frunzas el
ceño de esa manera. Me lo pones mucho más difícil.
—¿De qué trata todo esto? —exclamó Dorian a su manera petulante
dejándose caer sobre el sofá—. Espero que no de mí. Estoy cansado de mí
mismo esta noche. Me gustaría ser otra persona.
—Trata de ti —respondió Hallward con su voz grave y profunda—, y
debo decírtelo. No te entretendré más de media hora.
Dorian suspiró y encendió un cigarrillo.
—¡Media hora! —murmuró.
—No es pedirte demasiado, Dorian, y es enteramente por tu bien por lo
que voy a hablarte. Me parece que debes saber que se están diciendo las cosas
más terribles sobre ti en Londres, cosas que me resulta difícil repetir.
—No deseo saber ninguna de ellas. Me encantan los escándalos de otros,
pero no me interesan los que tratan sobre mí. Carecen del encanto de la
novedad.
—Deberían interesarte, Dorian. A todo caballero debe interesarle su buen
nombre. No quieres que la gente hable de ti como de alguien vil y
degenerado. Por supuesto, cuentas con tu posición y con tu patrimonio y todas
esas cosas. Pero la posición y el patrimonio no lo son todo. Yo no concedo el
menor crédito a esos rumores. O, al menos, soy incapaz de creerlos cuando te
veo. El pecado es algo que deja escrita su huella en el rostro de un hombre.
No se puede ocultar. La gente habla de vicios secretos. No existe tal cosa. Si
un hombre miserable tiene un vicio, éste se revela en las líneas de su boca, en
sus párpados caídos, incluso en la forma de sus manos. Alguien (no
mencionaré su nombre, pero lo conoces) vino a verme el año pasado para que
pintara su retrato. Nunca lo había visto antes y nunca había oído hablar de él
hasta ese momento, aunque sí he oído muchas cosas sobre él con
posterioridad. Ofreció pagar una cantidad extravagante. Dije que no. Había
algo en la forma de sus dedos que me resultaba odioso. Ahora sé que no me
equivocaba en lo que imaginé sobre él. Su vida es terrible. Pero tú, Dorian,
con tu rostro puro, luminoso e inocente y tu juventud maravillosamente
imperturbable… No puedo creer nada contra ti. Sin embargo, te veo muy
raras veces, y ya nunca vienes al estudio, y cuando estoy lejos de ti y oigo
todas esas cosas horribles que la gente murmura, no sé qué decir. ¿Por qué,
Dorian, un hombre como el duque de Berwick abandona la sala de un club
cuanto tú entras? ¿Por qué tantos caballeros de Londres no quieren ni ir a tu
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