Page 292 - El Terror de 1824
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288  B.   PÉREZ  GALDÓS
        Al  pie  de  la  horca,  rogáronle  los  frailes  que
      adorase  al  Crucifijo,  io  que  hizo  muy  gustoso,
      besándolo  y  orando  en  voz  alta  con  entona-
          ción vigorosa.
        — Muero  por  la  libertad  como  cristiano  ca-
           tólico— exclamó.—  ¡Oh!  Dios  á  quien  he  servi-
          do, acógeme  en  tu  seno.
        Quisieron  ayudarle  á  subir  la  escalera  fatal;
      pero  él,  desprendiéndose  de  ajenos  brezos,  su-
          bió solo.  El  patíbulo  tenía  tres  escaleras:  por
      la  del  centro  subía  el  reo,  por  una  de  las  la-
             terales el  verdugo  y  por  la  otra  el  sacerdote
      auxiliante.  Cada  cual  ocupó  su  puesto.  Al  ver
      que  el  cordel  rodeaba  su  cuello,  Sarmiento  di-
        jo con  enfado:
        — ¿Y  qué?  ¿no  me  dejan  hablar?
        Los  sacerdotes  habían  empezado  el  Credo.
      Callaron.  Juzgando  que  el  silencio  era  permiso
      para  hablar,  el  patriota  se  dirigió  al  pueblo  en
      estos  términos:
        — Pueblo,  pueblo  mío,  contémplame  y  une
      tu  voz  á  la  mía  para  gritar:  jViva  la...!
        Empujóle  el  verdugo  y  se  lanzó  con  él.
        Cayeron  de  rodillas  los  sacerdotes  que  ha-
           bían permanecido  abajo,  y  elevando  el  Cruci-
          fijo, exclamaron  consternados:
        — ¡Misericordia,  Señorl  ¡
        La  muchedumbre  lanzó  el  trágico  murmullo'
      que  indicaba  su  curiosidad  satisfecha  y  su  fú-
            nebre espanto  consumado.
        El  Padre  Alelí  dijo  tristemente:  !
        —Desgraciado,  sube  al  Limbo.
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