Page 122 - LIBRO LA NCHE TRAGICA SANTACRUZ
P. 122

112                                La trágica noche de Santacruz



          Una tarde Euclides dormía la siesta, soñó que una tarde suave cami-
          naba por el boulevard de la avenida Cristo Redentor, frente al palacio
          de Justicia, y vio que Alejandra corría radiante a su encuentro y él
          también corrió, él advirtió que ella estaba feliz, con su eterna sonrisa
          suave y con sus ojos brillantes. Se abrazaron y se besaron. Era un
          momento de una felicidad que nunca antes habían experimentado.
          Continuaron besándose y caminaron hacia el monumento a El Cristo.
          Como dije, era una tarde con una brisa suave, luego el tiempo cam-
          bió. El cielo se cubrió de estratocúmulos, que son nubes con preludio
          de lluvia, luego comenzó una llovizna ligera e intermitente. La pareja
          caminaba llena de dicha y felicidad, caminaban tomados de la mano
          mojándose bajo la lluvia pertinaz. Luego, ella se deshizo de su mano
          y comenzó a correr hacia la avenida Cristóbal de Mendoza y él la si-
          guió y trató de alcanzarla pero no pudo y en un momento inesperado
          la perdió de vista, era como si se la haya tragado la tierra. Él se detuvo
          y gritó: Alejandra,  ¿dónde estás?, pero ella no aparecía por ningún
          lado y en ese preciso momento despertó. Alguien llamaba desde la
          entrada principal del domicilio de la tía Encarna. Un desconocido le
          sonrió a Euclides y le dijo: ¿es usted Euclides Santacruz Piérola? Y
          él le respondió: El mismo que viste y calza. Luego el hombre agregó:
          traigo una carta para usted. Dejó la carta y se marchó
          El diputado de Arenal estaba nervioso. Y comenzó a leer la carta:
          “Sé que las despedidas duelen y dolerán toda la vida. No quería mar-
          charme sin despedirme de ti ya que me prohibieron verte, aunque sea
          por última vez. Me voy a seguir mi carrera a Nueva York hoy mismo,
          cuando leas esta carta yo estaré volando sobre la ciudad que tanto
          amas, y que pretendes convertirla en la mejor urbe de Bolivia.
          Te amo, eso lo comprendí hace mucho tiempo y comprendí que tú
          también me amas. Ansié darte un beso, no del adiós, sino un beso de
          despedida por corto tiempo.
          Y sí, se quedaron muchas cosas pendientes; no llegamos a realizar
          hasta hoy muchos de nuestros sueños. Nos conocimos en muchas fa-
          cetas. Por eso sabemos que no es el momento para decir adiós. Te
   117   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127