Page 208 - LIBRO LA NCHE TRAGICA SANTACRUZ
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          saré a Santiago de Chile”. Después se miró nuevamente en el espejo
          y se dijo a sí mismo: “Yo no puedo continuar esta vida… me mar-
          charé sin decir nada a nadie, voy sacar dinero para mi pasaje en un
          avión. Me marcho en un vuelo de LAN Chile y punto, quiero olvidar
          esta pesadilla, voy a comenzar otra vida, en otro lugar con otras per-
          sonas, voy a comenzar de cero, mi madre se va a enterar cuando yo
          la llame desde Santiago. Tengo miedo, Katty me quiere enlodar más,
          quiere hundirme, presiento que esas son sus oscuras intenciones,
          luego yo digo que no sé qué es lo que ella pretende que yo haga.
          Matar… No mataré. Robar… Tal vez…”. Se durmió y olvidó todo.
           Y otra semana después, la noche del 19 de diciembre de 1994, en la
          calle F número 100 del elegante barrio Los Balcanes, un hombre pasa
          y vuelve a pasar frente a una enorme y lujosa mansión, las instruc-
          ciones son: subir por la barda sin ser visto, porque en esa zona hay
          un guardia que custodia las viviendas; después, entrar por la puerta
          principal con una llave que lo abre todo; luego, subir a la segunda
          planta con mucho cuidado. Entre los dormitorios hay una pared pin-
          tada de verde, ahí están las cajas fuertes con dólares; con esta herra-
          mienta es fácil abrir por lo menos una caja. Agarras los dólares, la
          mayor cantidad que puedas, luego sales por el mismo lugar. En la
          barda que da a la calle, primero arrojas la bolsa de dinero. Era una
          noche lluviosa, Richard no sabe lo que hace, es un autómata domi-
          nado y envilecido por las drogas y el alcohol, él simplemente obedece
          y escucha atentamente las instrucciones. Ahora llueve copiosamente.
          Media hora después, Katty se preocupa, ya debió regresar Richard,
          ella está a bordo de una vagoneta y está atenta a cada movimiento,
          está a unas tres cuadras de la mansión. De pronto se escuchan dispa-
          ros, uno, dos, tres, cuatro y cinco fogonazos iluminan la calle oscura
          y desierta. “No puede ser, cinco tiros” piensa ella, “tal vez lo mata-
          ron”. Pone en marcha el motor y se aleja del lugar a toda velocidad.

          Al amanecer, Katty sale precipitadamente de su vivienda llevando
          solo un bolsón con lo más necesario, tiene que huir lejos porque teme
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