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E L CASO DE F ABIOLA
                  Fabiola acude a mi consulta triste y agotada. Lleva diez años casada con su marido, Bosco, y tienen
                  dos niños.
                    —Desde hace dos años me trata mal —me dice—. Me insulta, me llama la atención por todo y me
                  humilla. En otros momentos me hace sentir especial y me dice que no puede vivir sin mí. De cierta
                  manera  creo  que  estoy  viviendo  un  maltrato,  pero  no  soy  capaz  de  separarme  de  él.  Es  como  si
                  necesitara su aprobación, aunque sean migajas de pan, para sentirme bien. Si lo pienso fríamente, sé
                  que tengo que separarme, pero no puedo.


                   Fabiola estaba sufriendo enormemente por una relación tóxica, pero generó
                una dependencia enfermiza hacia su marido. Esto sucede en muchas ocasiones
                en casos de violencia en el seno de la familia.

                   En  las  primeras  sesiones,  tras  nuestras  conversaciones,  le  hice  ver  el
                maltrato sufrido y el grado de dependencia que tenía hacia su marido. Aunque
                asentía con la cabeza, yo reconocía esa mirada, había una lucha interna entre
                lo que sentía por un lado y lo que quería y sabía que debía hacer por el otro.

                No era capaz de soltarle, aun sabiendo que tenía que hacerlo.
                   Fueron meses de acompañamiento con una delicadeza inmensa. Abrirle los
                ojos y ayudarle a entender cómo enfrentarse al futuro sin miedo ni bloqueos.
                Aceptó  finalmente  que  Bosco  era  una  persona  profundamente  dañina  para
                ella, analizando de forma detallada el comportamiento de él y cómo se sentía

                ante sus ataques y adulaciones.








                   La clave es identificarlo y darse cuenta de la toxicidad de la relación para
                                                poder enfrentarse a ello.





                   Pensemos en el ejemplo siguiente: tienes que ver a tu cuñado, al que no
                soportas, en una comida familiar. Imaginemos: antes de acudir te percatas de
                tu mal humor, durante el rato que estás en la comida apenas hablas mientras tu

                cabeza  es  un  cúmulo  de  pensamientos  negativos  y  al  llegar  a  casa  sientes
                agotamiento mental, tristeza o irritabilidad e incluso trastornos físicos —«La
                comida  me  ha  sentado  mal»—.  Tu  cuñado  ha  generado  cambios  en  tu
                organismo.
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