Page 240 - Encuentra tu persona vitamina
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La angustia se apoderó de mí. Estaba atrapada en un vuelo de más de diez
                horas. Tremendos pensamientos se apoderaron de mi mente. ¿Fallecerá? ¿No

                volveré a verle nunca? Los minutos se me hacían eternos mientras lo hablaba
                con  mi  marido.  Estar  conectada  al  wifi  del  avión  generó  más  pesar  que
                alivio, ya que los amigos y la familia que se iban enterando me escribían,
                cada uno compartiendo su enfoque al respecto.
                   Rodrigo  entró  en  coma  profundo.  Tenía  la  mitad  del  cerebro  —el

                hemisferio derecho— infartado. Yo conocía a uno de los médicos de la UCI
                donde  estaba  ingresado  y  le  llamé  desde  Hong  Kong.  Me  contó  que  el
                pronóstico era muy malo, tardaría meses en recuperar algo de «normalidad»,
                si es que sobrevivía y se despertaba.

                   Cuando regresé y por fin pude acudir a la unidad de cuidados intensivos a
                visitarle  me  contaron  su  evolución.  Debido  al  aumento  de  la  presión
                intracraneal le habían extirpado un trozo de calota —hueso del cráneo— y
                tenía la cabeza deformada. La imagen era impactante y muy dura. Los más
                cercanos  le  acompañábamos  los  pocos  ratos  que  nos  permitían  y  le

                hablábamos contándole como siempre nuestras cosas, pero el sentimiento era
                de enorme tristeza.
                   Rodrigo  seguía  muy  grave,  no  respondía  a  ningún  estímulo  y  la  lesión
                persistía. Pasaron los días, las semanas… y el milagro sucedió. Me llamaron

                una mañana para decirme que se había despertado del coma. Corrí hacia el
                hospital  y  cuando  entré  en  la  habitación  comenzó  a  balbucear  palabras  en
                inglés —nunca en mi vida le había oído hablar este idioma—. Me acarició la
                cara en cuanto me acerqué. Los médicos nos pedían prudencia y nos avisaron
                de que la evolución iba a ser muy lenta, de meses o incluso de años. Sobre

                todo hacían hincapié en la agresividad que podía aparecer tras un ictus tan
                masivo  y  advertían  que  le  costaría  mucho  conectar  emocionalmente  con
                nosotros.
                   De forma asombrosa comenzó a hablar a los pocos días. Recuerdo, estando

                aún en cuidados intensivos, una conversación que mantuve con él donde me
                preguntaba por mi libro, por cada uno de mis hijos —¡con sus nombres!— y
                por  temas  que  recordaba  plenamente  del  pasado.  Se  emocionaba,  con
                lágrimas en los ojos, al tratar sobre nuestras cosas.
                   Solicité ver una resonancia magnética de su cerebro porque como médico

                no me explicaba cómo era capaz de conectar, recordar, sentir y expresar lo
                que  yo  estaba  viendo.  La  resonancia  mostraba  la  mitad  del  cerebro  negra,
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