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No te voy a mentir, Norma, si estoy acá es porque pedí que me tra-
jeran. Si lo pienso dos veces preferiría estar en mi casa, levantarme y ver
las plantas. Es que, las cosas que pasaron en el barrio, no sé, me asusté.
Qué inseguridad ni qué inseguridad, no me robaron nunca, por suerte. El
mío era un barrio tranquilo de gente de toda la vida, pero bueno, llega un
momento en que la gente se va yendo, por decirlo de alguna forma. Así
que cuando esta chica se mudó enfrente no me sorprendí. Divina, no más
de treinta años, medio palidona. Se empezó a dar charla de vecinos, viste,
decía que vivía con la abuela que estaba postrada y que la cosa no pintaba
muy bien. La ley de la vida. La piba salía todas las noches a pasear al pe-
rro y la primera vez que los crucé el perro me empezó a olfatear con esa
nariz húmeda. Yo nunca les tuve miedo a los animales, fijate que me crie
en el campo, qué les voy a tener miedo, menos a un perro, pero este era
diferente, había algo raro, como si la cabeza fuera más cuadrada o redon-
da de lo normal, no sé, si te digo te miento.
Ya estábamos como chanchos con Regina, que es como se llamaba
la chica, imaginate que, entre todos los viejos, la piba era una salvación,
charlábamos del tiempo y de achaques y los viejos del barrio encanta-
dos porque son de esa gente que necesita que le presten atención todo el
tiempo. Cuando le preguntábamos por la abuela nos decía que estaba en
cama y ponía cara de que la cosa no iba bien, por lo que mucho no inda-
gábamos. Al mes de que medio barrio empezó a estar culo y calzón con la
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