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está perfecto hasta que no lo está, ¿no? A los días volvió Ana María, que
se había ido con los nietos a visitar al hijo a Jujuy y dijo que la noche en
que se había ido de viaje, había visto a Ernesto entrar a la casa de Regina.
Para mí se había equivocado, porque muy bien de la vista no andaba, pero
ella juraba y perjuraba que lo había visto. Al final me quedé con la espina
y si yo me quedo con la espina en algún momento me la saco. Mi marido
me decía Lita Holmes. Como el detective, Norma. Después Ana María
empezó a dudar y cuando uno le preguntaba te decía que “le parecía haber
visto”, que no es lo mismo que decir que uno vio. No es raro que a esta
edad uno empiece a dudar de lo que ve, de lo que dice, de lo que siente,
pero a mí me lo había dicho tan segura que me quedé convencida.
Regina volvió a salir con el perrazo, que parecía más grande (bue-
no, a veces el tema es que uno se va achicando), y lo dejaba olisquear
como loco toda la cuadra, uno no le da importancia a esas cosas, pero en
general los perros del barrio se acostumbran a los olores... Este olfateaba
desesperado y al lado ella, pálida te digo, blanca teta, falta de hierro, para
mí esa chica tenía una anemia galopante. Los demás le recelaron un poco
por los comentarios de Ana María, pero durante la tarde Regina andaba
como andábamos nosotros y charlaba en la vereda. Mucha sonrisa la piba,
comiquísima, pero a mí ya no me engañaba, algo tenía, porque para ese
momento el sol estaba como loco, con estos veranos que nos tocan ahora
de cincuenta grados a la sombra y la piba estaba cada día más pálida, tan-
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