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piba desapareció el primero: Ernesto, el de la esquina. Claro que no nos
dimos cuenta enseguida. Estábamos en la vereda —porque cuando esto
empezó era verano y los viejos como los lagartos salíamos temprano a
tomar el sol— y alguien preguntó por Ernesto, otro dijo que hacía unos
días que no lo veía, otra que no lo había visto en toda la semana, se co-
rrió la bola y todos pensamos lo peor, porque, hay que ser realista, a esta
edad, en el momento menos esperado, púfate, quedás hecho. Ay, Norma,
que te persignes no te va a volver inmortal. Angustias se acordó que tenía
el teléfono del hijo y lo llamó, porque también podía ser que Ernesto es-
tuviera con él y nosotros lamentándonos al cuete. Resulta que el hijo no
sabía nada y se vino en auto a las corridas con la llave. Mientras él abría
todos los viejos esperaban en la puerta, más que nada para ir dándole las
condolencias, porque la única que quedaba era que Ernesto hubiera esti-
rado la pata. Entró el hijo y Ernesto no estaba en ningún lado. Los demás
aprovecharon la circunstancia y se metieron, y Ernesto no estaba en el
baño, ni en el patio, nada, es más, había dejado la pava y el mate arriba de
la mesa. No sabés lo que era ver al muchacho en medio de todos los viejos
llamando al padre, te estrujaba el alma. Cuando llegó la policía yo me fui
a casa porque ya estaba anocheciendo. A Ernesto no lo encontraron más,
seguro lo viste porque salió en todos lados, primero decían que le había
dado un ataque y se había perdido, que por ahí andaba desorientado por
la ciudad, yo no lo creí. Ernesto era un tipo que estaba perfecto. Bah, uno
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