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De afuera podría parecer que todo empezó antes. Que empezó con
lo del robo. O cuando nos fundimos. Algún allegado hasta podrá arriesgar
que empezó cuando se enfermó mamá, o en sus últimos días en el hospi-
tal. Qué sé yo; todo eso puede ser verdad, aunque principio, lo que se dice
principio, debería haber uno solo. Si parece haber más de un principio,
uno supone que algo raro hay, que existe un principio verdadero entre mu-
chos otros falsos, y que la tarea de uno es desenmascarar a los impostores
hasta llegar al verdadero. Tal vez haya un principio para cada persona que
observe cada historia. Tendría que preguntarle al viejo, a ver cuál fue el
principio para él, pero sigue durmiendo. Puede que, para él, el principio
de todo esto haya sido hace tanto que ni siquiera había nacido. Cuando el
abuelo Manzini se vino de Italia en tercera, por ejemplo. O en la batalla
de Caseros, de la que tanto le gusta hablar y lamentarse. Se lo voy a pre-
guntar. Por ahí ni siquiera se detuvo a pensarlo. Un principio para cada
persona; para mí, el principio de todo esto está mucho más acá, más cerca
en el tiempo y en el espacio. Para mí todo esto empezó, o al menos me
di cuenta de que había empezado, cuando el viejo me pasó el mate y me
dijo, así, sin preámbulos, sin anestesia: lo vamos a tener que hacer cagar
a Ramírez, che.
Que la cosa venía jodida lo sabíamos de antemano. No podemos de-
cir que nos agarró por sorpresa, ni mucho menos. Sabíamos que las papas
iban a quemar, y las tuvimos en la mano hasta que no aguantamos más.
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