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Poncho con una pequeña bolsa de estraza con dos

               plátanos feos y unas naranjas, Luís me platicó que una

               señora le regaló unas manzanas y una pera, poco a poco
               iban quedando listos. Algunos les ponían papel celofán

               y un elegante moño, otros solo un poco de fruta.

               Después de la ceremonia serían entregados a las

               respectivas madres. Para qué no hubiera desorden en lo

               que empezaba la ceremonia, que estaba programada

               para las once de la mañana, los alumnos fueron a sus

               salones. Cuando me quedo quieto, me salen rápido las
               brillantes ideas.  Vigilé la dirección y cuando todo

               mundo estaba ocupado, procedí a nivelar un poco las

               cosas. A cada uno de los fruteros le quité una fruta, de

               esta forma los fruteros de  Pancho y Luís  fueron

               llenándose, hasta convertirse en dos decentes fruteros,

               y como dijo el monje loco, ¡Nadie sabe, nadie supo y

               sí lo supo se calló! Cuando la directora dio la orden,
               uno a uno los niños fuimos desfilando con nuestro

               frutero, el primero en aparecer fue el chofer de Fabián

               cargando el enorme frutero,  Fabián orgulloso  lo

               escoltaba.

               Cuando llegaron frente a la  señora  Quiroz, de una

               manera elegante agradeció y ordenó al chofer que lo

               pusiera en el coche con mucho cuidado.

               Después todos los demás, fueron entregando el

               hermoso frutero que tantas penurias habían causado a
               muchos.

               Cuando llegó el turno  de Pancho, sin decir una sola
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