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quitó, puse sus zapatos sobre la piedra, de repente los
subió. ¿Aquí no hay pirañas verdad? Claro que no,
solamente almejas. Bueno, los volvió a meter y alegre
empezó a moverlos.
Yo me quite la camisa, pedí a don Tomás que me
prestará su pala. Lentamente y cadenciosamente
empecé a palear, la arena y la grava sonaban como
gaviotas, la voz del río y la platica de Renata y don
Tomás enmarcaban un paisaje digno de un cuadro.
Renata sorprendida y don Tomás expectante
contemplaban al joven y enamorado cribador.
Di las gracias a don Tomás, le devolví su pala, luego
sudado pero satisfecho tomé el pocillo, lo llené de
fresca agua y se lo ofrecí a Renata, le dio un sorbito y
yo terminé con el resto.
Vamonos, tomé mi camisa, me acerqué a Renata, tomé
su pie derecho con suavidad, sorprendida lo permitió,
lo sequé con delicadeza, después tomé el otro pie e hice
lo mismo. Se colocó los zapatos, subimos al jeep y
regresamos.
Al entrar fuimos efusivamente recibidos, la mamá de
Renata me abrazó, me besó y después me preguntó:
¿Guillermo como puedo pagarte todo lo que has
hecho por mi hija?
Muy fácil, permítame acompañarlos el domingo a misa
de doce.
¡Pero nosotros no vamos a misa!
¡Este domingo si, estoy seguro!