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Días después llegó como de costumbre Tomasín en su
poderoso De Soto, era el coche de lujo de los años
cuarentas, el chofer amablemente les abría la puerta,
ayudaba a la señora a bajar y a Tomasín le cargaba su
loncherita, hermosa pieza artesanal de cuero de becerro
muy bien curtido, adornado con unas iniciales en
hermosas letras góticas, una T y una M, doradas que
brillaban como un sol.
Después de las recomendaciones que la señora Morales
hacia a la conserje, a la maestra Silvia, a la Directora y
en fin a todos los que se ponían en su camino. Después
de dejar instalado a su hijo en lugar, y colocar la
lonchera en una repisa especial para dejar los diferentes
alimentos, y que cada madre según sus posibilidades
podía suministrar a su querido retoño. La maestra
cuando llegaba la hora del recreo entregaba a dos o tres
niños privilegiados que tenían su lonchera, y estas eran
colocadas sobre su mesita de trabajo, tomaba a dos
niños de la mano y los conducía al jardín,
posteriormente pasábamos a los lavabos a la limpieza
de manos, al baño. Mientras esto sucedía astuta y
sigilosamente había regresado a colocar a RUPERTA
en el lugar indicado para que entrara en acción y es
justamente como lo están imaginando, la lonchera de
Tomasín ese día estaba muy bien preparada, con un
ramito de uvas sin semilla, un trocito de un rico pastel,
una botellita con un rico jugo, un pequeño platito con
una apetitosa macedonia y una hermosa servilleta, y