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hermano al que quería mucho y así le decían, además

               su parecido con Confucio era enorme. Regresaba de mi

               emocionante, arduo y entretenido trabajo, el camión no
               tenía radio y para no sentirme tan solo, me gustaba

               cantar, lo hacía feo pero quedo y afinado.

               En la primaria, en la clase de música, siempre sacaba

               cero, solo una vez que soborné a la maestra, me puso

               un nueve. Esa tarde casi noche, cantaba la  “India

               Bonita”, y dice así: Me enamore perdidamente de una

               india bonita, le di mi corazón y ella en cambio me
               entregó todo su amor. En el poco tiempo de haber

               vivido en  Navolato, hermoso y querido pueblo, pude

               confirmar la visión del compositor.  Atento siempre

               pude ver como a cien metros a  un coche mal parado,

               disminuí la velocidad, detuve el camión, como a dos

               metros, deje la luz encendida, puse el freno,  apagué el

               motor y bajé con precaución, reconocí al  Doctor
               Cuellar,  médico del pueblo y del “Ingenio la

               Primavera” cuya industria mantenía ocupado y vivo a

               casi todo el pueblo.  Andaba por los cincuenta años,

               pelo chino, bajo de estatura, con unos vivarachos y

               brillantes ojos negros, tras sus toscos y pesados

               anteojos.

               En cuclillas una joven llena de polvo y muy atractiva,

               trataba de ayudar a su amado pero inútil y olvidadizo

               padre. Después de saludar cortésmente, me ofrecí a
               prestar ayuda, pregunté por el gato y la refacción. El

               Doctor  abrió la cajuela, me acomedí a sacar el gato,
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