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¡Claro que me acuerdo! Eso fue original y además
como un regalo de Dios.
De ahí nació todo lo nuestro y es lo mejor que me ha
ocurrido en mi vida.
Tanto Renata como yo sabíamos que el final de
nuestro sueño había llegado, pero fingimos alegría,
ella en su piano, cada nota que salía, la sentía húmeda,
como si llevará una lágrima, pero su ánimo y el brillo
de sus ojos seguía intacto.
Una noche el Doctor me comunicó que faltaban cuatro
semanas para que Renata viajara a México.
¿Ya tienes pensado que vas a hacer?
¡Yo sí, me voy a morir!
¡Válgame Dios, no lo digas ni de chiste, ya pensaremos
entre los dos y algo se nos ocurrirá!
Yo no podré, ella es todo para mí. Olvidas que yo soy
su padre. Claro que no Doctor, ¡Que le parece si antes
de que viaje vamos a Altata para olvidar un poco
nuestras penurias!
Es una excelente idea, avisaré a Paulita para que se
prepare. El sábado anterior al gran paseo al mar,
lavamos el camión de redilas. Ismael, mí chofer
estrella, excelente mecánico y buen amigo.
Ya noche llegué con Renata, que apenas abrió, me
reclamó. Tienes cuatro semanas que casi no te
apareces.
¡Mañana paso por ustedes a las nueve en punto, la
caguama primera esta lista para surcar los mares de