Page 30 - LA ODISEA DE LEAH

La Odisea de Leah

Ulises le hace un gesto con la barba para que lo siga. Señala dos
rocas separadas por un estrecho brazo de mar que muere en unos
acantilados imponentes al pie de los cuales se divisan los restos de
innumerables naufragios. Explica que sus hombres quieren volver
a su patria cuanto antes y que pasar por allí es un atajo, pero duda
que los tripulantes de las otras naves tengan la pericia (pericia no
es una barba pequeña y afilada, barba de chivo, sino ʿhabilidadʿ)
necesaria para pasar entre los peñones sin encallar en los desfila-
deros.

—Como tú pareces saber tanto de mi vida… adelante. ¿Qué debe-
mos hacer?

—Yo no entraría ahí, la verdad.

—¿Por qué no?

—Porque el paso entre las dos rocas está protegido por dos mons-
truos, Escila y Caribdis.

—¿Eso dice el libro de ese tipo? Pero mentía en lo del caballo, en
lo de Helena y en muchas cosas más que no conozco, ¿por qué
habría de fiarme de él?
Leah se encoge de hombros.

—En realidad son varios navíos de tu flota los que caen en poder
de los monstruos, creo que el tuyo sigue adelante.
Ulises se mesa la barbita. Se escuchan los gritos de descontento de
casi toda la flota (una flota muy pequeña, la verdad). Ya está bien,
concho, quieren volver a casa después de diez años de guerra y
más de cinco de viaje de vuelta y ese es el camino más corto.

—Muy bien, niña. Ya veremos si has dicho la verdad. Está claro
que el camino más corto entre dos puntos es la línea recta.
Leah levanta la mano exaltada, para advertir a Ulises que en reali-
dad, como aprendió hace unos días en el colegio, el espacio puede
plegarse y deformarse para llegar antes de un punto a otro. Pero se

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