Page 25 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah

         antes de estar divisando una ‘O’,  una brisa que acerca el olor de la
         sal y el calor de la playa, el recuerdo de los cuerpos tostados a la
         caricia del sol del mar Egeo ante la atenta mirada de unas gaviotas
         que dividen el horizonte con alas incontables, azota el rostro de
         Leah. Es una sensación que conoce muy bien, porque ha visitado
         mil veces al mar, que siempre la recibe con una sonrisa (siempre
         que no tire nada de basura a la playa; ojito con esto, Poseidón no
         tolera ciertas cosas).
         Hoy no parece que el mar se alegre tanto de verla, o quizá ya
         estaba algo encrespado cuando ella apareció. El caso es que Leah
         hace esfuerzos para mantener el equilibrio en el suelo de un barco
         inundado por una cuarta de agua salada. Se cimbrea al ritmo de la
         cubierta de izquierda a derecha y tiene que hacer un esfuerzo para
         no vomitar. Leah se agarra como puede al pasamanos de la borda
         y se lleva la mano a la boca mientras se le hinchan los carrillos. La
         mano de un marinero se posa en el hombro de Leah, que reaccio-
         na furiosa, gritando:

         —¡Oye, tú! ¡Que no te he invitado a comer nunca, eh!
         El señor que le ha puesto la mano encima la mira con los ojos
         como platos. No todos los días se encuentra uno en el barco a una
         compatriota pequeñita del año 2016, hay que entenderlo. Además,
         Leah viste a la moda de ese año: pantalones vaqueros descoloridos
         porque molan más que si parecieran nuevos (aunque son nuevos),
         camiseta rebelde sin botones que lleva una señal de prohibido y
         dentro de ella un animal con la cara muy triste y zapatillas de de-
         porte que combinan tonos fucsia y azul, un atuendo muy apropia-
         do para una travesía marítima.


         —¡¿Y tú quién eres?! ¿Te envía Poseidón crónida?


         —No, señor. Me envía la bibliotecaria, esa  de las gafas que siem-
         pre está sonriendo. ¡Sí, hombre, la única que escucha las historias
         disparatadas de Ali en todo el mundo!


         El marinero está perplejo y coge a Leah de la oreja derecha como
         si hubiera sido muy traviesa (hace muchos siglos no se tenía tanto

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