Page 20 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah

         Leah está triste, no puede evitar estarlo, y aunque no se dé cuenta
         los carrillos se le hinchan levemente formando una hinchazón
         que parece que va a estallar en un puchero luctuoso. ‘Luctuoso’
         es la forma culta de decir —fuera de Zarza Tostada— que Leah
         está triste, pero como ya se dijo al inicio del párrafo y no me gusta
         repetir las cosas… Aunque la bibliotecaria se da cuenta, sabe
         que hay personas que no hablan de lo que les pasa en su interior
         fácilmente, o necesitan a una persona en quien tienen total con-
         fianza para comunicar sus asuntos, por eso no dice nada que sea
         muy evidente, para que Leah no se sienta mal. Imagínate que te
         has puesto rojo de la vergüenza porque alguien se ha enterado de
         que un día te comiste una hormiga sin ponerla en salazón (tengo
         un primo que lo hace todavía, y tiene mi edad: el tío no echa ni
         pimienta, ni cominos, ni nada a las hormigas). ¿Ayudaría algo
         que yo me pasease por la clase mientras tú sientes el calor de la
         lava volcánica en la piel de tu cara gritando «¡Petri está rojaaaaaa!
         ¡Josimar se ha puesto azulllll! ¡A María se le ha escapado un
         cuescoooo!»? No, claro que no ayudaría. Por cierto, ‘cuesco’ es una
         ligera ventosidad o pedo de lobo, humano, o licántropo, pero aquí
         se dice así; si no lo crees, que te lo cuente Leah.


         A mí no podrías comunicarme nada, lo siento, porque lo utilizaría
         todo en el siguiente libro. Los escritores somos así, no te puedes
         fiar de nosotros porque nos gusta contar mentirijillas o cosas que
         nos cuentan en la vida real que adaptamos a nuestra «realidad».
         No es por fastidiar, te lo juro, es por usar la imaginación para que
         no se oxide. Es que muchas veces contar esas mentirijillas es la
         única forma de contar algo que acepten los que no quieren oírlo o
         leerlo. Cuando tengas que hacerlo, porque te hayas convertido en
         escritora, pintora, bailarín de ballet o músico incomprendido, lo
         entenderás rápido.
         Leah no contesta y reflexiona detenidamente. Cuando uno piensa
         tanto, actúa poco, aunque quizá actúa mejor, pero eso solo se sabe
         cuando uno actúa. ¿Y si no actúas? Uf, esto se complica. La biblio-
         tecaria comenta:


         —¿Sabes de qué tienes cara?

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