Page 18 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah
de sonreír. Es como si le hubieran estirado los carrillos a la fuerza.
Pero no mucha.
La bibliotecaria te preguntará, con una media sonrisa pedante que
indica que ya te ha calado desde que has entrado, en qué puede
ayudarte. Pero tampoco aquí te dejes engañar: sabe perfectamente
en qué puede ayudarte. Solo está siendo cortés. Si el niño, la niña,
o el primate con cierto interés por los libros del que hablábamos
al principio del libro, sabe lo que quiere y tiene prisa, la bibliote-
caria responde: «Pues tú mismo». Eso le dijo a un mandril muy
interesado en la física cuántica que no sabía qué autor explicaba
mejor la sumatoria de trayectorias de Feynman («probablemente,
Feynman», pensó la bibliotecaria). O a veces: «It´s up to you», si
hablas en inglés, porque el pueblo de la Zarza Tostada es multicul-
tural, multitostado y plurilingüe. O: «Allí en el tercer estante». Si
es Diego Omar el que pregunta, como le divierte su acento, res-
ponde: «Qué bueno verte, che». Y Diego se pone colorado y ríe,
rascándose la cabeza. Si es Ali Bey el que ronda por sus dominios,
la bibliotecaria deja que hable, porque sabe que le gusta que le es-
cuchen, que piensen en sus cosas como si en el mundo no existiera
mucho más. Y cualquiera que le oiga, lo pensaría, en serio.
—¿No hay por aquí libros que expliquen bien cómo deshollinar
gatos?
—¿Deshollinar gatos? No, creo que no.
Ali Bey mira a la bibliotecaria con ese gesto de fastidio que los
grandes genios de la humanidad aprenden a esbozar cuando al-
guien les decepciona.
—Es inesperado. Vaya que lo es. ¿Y los que hablan de talar sapos?
—Hubo uno hace mucho, pero se lo llevó un sapo. Parecía muy
interesado.
—¡Lo sabía!
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