Page 23 - LA ODISEA DE LEAH
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La Odisea de Leah

         La bibliotecaria ya no sonríe tanto. Aunque la actitud de Leah sea
         como para partirse de risa un poquito, sabe que está a punto de
         vivir una experiencia crucial en su vida. Una experiencia que…
         Bueno, yo no lo sé, la verdad. Será mejor que acompañes a Leah en
         su viaje.
         En realidad la sala prohibida es solo un cuarto. Leah no puede
         evitar decepcionarse un poco. «Tanto rollo para esto», piensa. Ese
         cuarto es blanco, no huele a nada, está en completo silencio. «Hue-
         le a silencio», piensa Leah, que a veces mezcla los sentidos cuando
         habla consigo misma. Las paredes son blancas y un fino arco de
         medio punto que se cruza con otro en diagonal sostiene un arte-
         sonado único: no tiene nada dibujado ni grabado en su madera
         blanca. Es como un lienzo que espera que alguien lo pinte.


         Cruza los techos también pintados de blanco una nube mal dibu-
         jada, como si aún rezumara humedad. Por supuesto en el centro
         del cuarto hay una mesa. Pero no es una mesa redonda tan demo-
         crática como la del Rey Arturo, ni tan opípara como la mesa de
         Enrique VIII, ni de un cedro tan bonito como la del presidente de
         USA… Es una mesa rectangular que tiene muchos libros encima.
         Leah se fija en las cubiertas de los libros, cada una exhibe una
         tonalidad diferente coloreando materiales distintos como cuero,
         cartoné, pan de oro sin mucho oro y con poco pan… y todas están
         en blanco. Sí, en blanco, como los ojos de Leah.


         —Yo a-lu-ci-no. Esa mujer me va a oír —dice Leah enarbolando
         agresivamente su dedo índice.

         En seguida una silla que estaba pegada a la mesa se mueve de su
         sitio como si un poltergeist se manifestase a Leah. ¿Este será el se-
         creto de la sala prohibida? ¿Que tiene fantasmas? Pero Leah piensa
         que ya que la silla tiene la cortesía de ofrecerse, lo más amable será
         corresponder a la invitación.
         Sentada observa cómo las tapas de los libros golpean contra sus
         portadillas con estrépito y uno de ellos resplandece con estrellas
         doradas escapando de los pliegues entre las páginas.



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