Page 22 - LA ODISEA DE LEAH
P. 22
La Odisea de Leah
Leah levanta el dedo agresivamente y se encuentra con una sonrisa
ancha y franca que hace que se sienta un poco ridícula con el dedo
así, amenazando dispararse, así que se lo enfunda de nuevo en el
puño con todas las uñas sin disparar.
¡Qué sarta de tonterías! ¡Y ella que pensaba que esta mujer
era seria, lista y estaba en sus cabales! Pero claro, cuando te siguen
sonriendo así mientras te miran fijamente, tienes tres opciones:
la primera, darte media vuelta e irte. La segunda, quedarte a ver
de qué momias te están hablando (‘demonios’ se ha sustituido
por ‘momias’ en Zarza Tostada; alguien decidió que quedaba más
abubilla. También se sustituyó ‘cuco’ por ‘abubilla’. Quedaba más
abubilla). La tercera… No, no, solo había dos, perdón.
Leah ya está andando para salir de la biblioteca y sujeta la puerta
giratoria que da al parque de las mil corbatas cuando se detiene
teatralmente (ya te dije que a Leah le gusta la teatralidad; a veces
no se pone a declamar en público porque le da vergüenza, pero
con sus padres sí lo hace) y avanza hacia la bibliotecaria pisando
con fuerza y convicción teatral.
Se planta con decisión delante de ella y dice:
—Muy bien, ¡alea iacta est!
Ya te dije que Leah sabía latín, aunque sea griega. Es verdad que
lo están quitando de las escuelas públicas, pero se puede seguir
aprendiendo si uno quiere. En realidad todo es cuestión de que
uno quiera o no quiera. Y Leah ha decidido que quiere entrar en la
sala prohibida.
Leah agarra su bufanda que ondea al viento como si fuera una
toga romana en uno de esos grandes momentos literarios que ha
imaginado mil veces cuando leía sus libros preferidos y en los que
se convertía en Queequeg persiguiendo al cachalote Moby Dick,
en una anguila eléctrica molestando a un tigre que quería comerse
a un hombre santo en Cuentos de la selva, o cabalgando a lomos
de Artax, sujetándose con fuerza a Atreyu para no caerse del caba-
llo, mientras iban a buscar a Bastian que se había convertido en un
idiota engreído.
-22-