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Rococó, clasicismo y romanticismo
este modo una curiosa vecindad y amalgama de tendencias clasicistas
y barrocas, cuyo resultado es un estilo que es en sí una contradicción:
el clasicismo barroco. El barroco pleno de Racine y de Le Brun con
tiene -en un caso completamente resuelto, y en el otro totalmente por
resolver- el conflicto entre el nuevo estilo cortesano ceremonial y el
rigorismo formal cuyos principios tienen sus raíces en el clasicismo
burgués. Es clasicista y anticlasicista al mismo tiempo, tanto en la
materia como en la forma, en la profusión como en la restricción, en
la expansión como en la concentración.
Hacia 1680 aparece una contracorriente opuesta a este estilo
cortesano y académico: es una oposición tanto a su actitud grandio
sa y sus temas pretenciosos como a su supuesta fidelidad a los mo
delos clásicos. Se impone con ella una concepción artística menos
contenida, más individualista y más íntima, y su liberalismo se diri
ge sobre todo contra el clasicismo, no contra las tendencias barrocas,
del arte cortesano. El triunfo de los modernos en la «Cuestión de los
antiguos y los modernos» es nada más que un síntoma de esta evo
lución. La Regencia decide el triunfo de las tendencias anticlasicis-
tas y trae consigo una orientación totalmente nueva del gusto domi
nante. El origen social del nuevo arte no es del todo inequívoco y
claro. El cambio lo realiza en parte la aristocracia de ideas liberales y
sentimientos antimonárquicos, y en parte la alta burguesía. Pero a
medida que el arte de la Regencia evoluciona hacia el rococó, adop
ta cada vez más características de un estilo cortesano aristocrático,
aunque desde el primer momento lleva en sí los elementos de diso
lución de la cultura cortesana. Pierde, sobre todo, el carácter con
centrado, preciso y sólido del clasicismo, y muestra una repulsa
siempre creciente contra todo lo regular, geométrico y tectónico, y
una inclinación cada vez más manifiesta a la improvisación, el aperpt
y el epigrama. «Si quelqu’un est assez barbare-assez classique!», lle
ga a decir Beaumarchais, que no tiene en modo alguno una menta
lidad cortesana. Nunca desde la Edad Media el arte se ha alejado tan
to del ideal clásico y nunca ha sido tan complicado y artificioso.
Y entonces, hacia 1750, en medio del rococó se inserta una
nueva reacción. Los elementos progresistas representan, frente a la
orientación dominante, un ideal artístico que tiene otra vez un ca
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