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“ LAS   ANDANZAS   DE  FILOMENO “


            finalizaba  con  la  advertencia  de  que  si  no  paraba  la  actividad  de  traducciones

            incendiaría el monasterio y encarcelarían a todos y cada uno de los monjes.

            ―¿Quién habrá sido el espía que ha informado al rey? ―se preguntó en voz baja

            fray Sandalio.


            Guardó la carta en su habitación y tuvo la ocurrencia  de escribirle  una respuesta
            para intentar apaciguar al amenazante monarca.


            Le envió un escrito en el que invitaba al rey y a toda su familia a pasar un día en el
            monasterio y comprobar cómo allí solo se hacía el bien, y que aquel monasterio era

            un sitio maravilloso, donde además le enseñaría personalmente a jugar al ajedrez.

            Mandó a un fraile a caballo hacia el palacio y entregó el escrito.


            Aquella propuesta de invitación no fue contestada nunca, pero por lo que ocurrió
            días  más  tarde  parece  ser que  no  hizo  ninguna  gracia  al  rey,  que  se  enfureció  al

            leerla y al ser invitado a jugar a un juego extranjero.


            ―¡Qué se ha creído el fraile estúpido éste! ―gritaba el rey al leer la carta de fray
            Sandalio, en el salón de audiencias del palacio.


            Tras aquel grito entró en la sala su esposa, la reina Matilda, y al ver a su esposo tan
            furioso intentó calmarlo.


            ―¿Pero qué te ocurre, Serapio? ―le preguntó dulcemente al rey.


            ―¡Grgrgrgrg! ¡Odio a ese fraile idiota! ¡Acabaré con él! ¡Soy el rey, así que acabaré
            con él! ―exclamó violentamente ante la atenta mirada de la reina.


            ―Pero…  ¿no  te  das  cuenta  de  que  es  un  buen  hombre  que  ayuda  a  la  gente?
            Deberías sentirte orgulloso de ser su rey.


            ―¡No, nunca! ¡Orgulloso, nunca! ―respondió entre lágrimas.


            ―¿Pero por qué lloras? Un rey no llora ―añadió la esposa.

            ―Es más famoso que yo, todos le admiran, en todos los pueblos del reino hablan de

            él, ese estúpido monje es más querido y famoso que yo ―aclaró.


            La  reina  intentó  calmarlo  y  convencerlo  de  que  fray  Sandalio  era  buena  persona,
            pero no lo consiguió y esa misma noche, tras la gran cena que de costumbre tenía

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