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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Quiero que mantengas el embrague hacia abajo —me instruyó Jacob.
                     Se me agarrotaron los dedos en torno a la palanca.
                     —Ahora, esto es crucial, Bella —insistió—. No dejes que la moto se te vaya,
               ¿vale? Quiero que pienses que te he dado una granada explosiva. Le has quitado el
               seguro y estás sujetando el detonador.
                     Lo apreté con más fuerza.
                     —¿Crees que podrás arrancar el pedal?
                     —Si muevo el pie, me caigo —le expliqué con los dientes apretados y los dedos
               tensos sobre mi supuesta granada explosiva.
                     —Vale, yo te tengo. No sueltes el embrague.
                     Dio un paso atrás y súbitamente golpeó con fuerza el pedal. La moto hizo un
               sonido brusco como de tableteo y la fuerza del tirón la hizo balancearse. Empecé a
               caerme de lado, pero Jacob agarró la moto antes de que me estampara contra el suelo.
                     —Mantén el equilibrio —me animó—. ¿Tienes bien sujeto el embrague?
                     —Sí —respiré entrecortadamente.
                     —Planta bien el pie, voy a intentarlo otra vez.
                     No obstante, en esta ocasión puso una mano en la parte trasera del asiento, con
               el fin de asegurarse.
                     Necesitó al menos cuatro intentos antes de que arrancara y la moto rugiera
               entre mis piernas como un animal agresivo. Aferré con fuerza el embrague hasta que
               me dolieron los dedos.
                     —Aprieta el acelerador —me sugirió—, muy suavemente. Y sobre todo, no
               sueltes el embrague.

                     Giré de forma vacilante el manillar derecho. Aunque se movió muy poco, la
               moto gruñó. Sonaba enfadada y casi hambrienta. Jacob sonrió con gran satisfacción.
                     —¿Recuerdas cómo se pone en primera? —me preguntó.
                     —Sí.
                     —Bien, venga, vamos.
                     —Vale.
                     Esperó unos segundos.
                     —Suelta el pie —me urgió.
                     —Ya lo sé —dije, aspirando aire profundamente.
                     —¿Estás segura de que quieres hacer esto? —me preguntó Jacob—. Pareces
               asustada.
                     —Estoy bien —repliqué con brusquedad. Cambié la marcha rápidamente.
                     —Muy bien —me alabó—. Ahora, con mucha suavidad, suelta el embrague.
                     Se apartó un paso de la moto.
                     —¿Quieres que deje caer la granada? —pregunté sin podérmelo creer. Con
               razón había empezado a retirarse.
                     —A ver qué tal la llevas, Bella. Procura ir poco a poco.
                     En el momento en que abrí ligeramente la mano para soltar el embrague, me
               paralizó una voz que no pertenecía al chico que tenía al lado.
                     Esto es temerario, infantil y estúpido, Bella, bufó aquella voz aterciopelada.




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