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AUTOR                                                                                               Libro
                     —¿Se nota mucho? —preguntó sarcásticamente.
                     —Bueno... no parece que estén haciendo nada malo —intenté suavizárselo, para
               que volviera a poner buena cara—. Más que una banda, parecen un grupo de
               irritantes niñatos resabiados.
                     —Sí, lo de irritantes es una palabra que les va como anillo al dedo. Se pasan
               todo  el día  fanfarroneando   por   ahí,   como   con   lo   del  salto   de   acantilado.   Ellos
               actúan... bueno, no sé, como tipos duros. Un día del pasado semestre Quil, Embry y
               yo estábamos dando una vuelta por  la tienda, y Sam se pasó por  allí  con sus
               seguidores, Jared y Paul. Quil dijo algo, ya sabes que es un bocazas, y Paul se cabreó.
               Los ojos se le oscurecieron, y mostró una especie de sonrisa, aunque más que sonreír,
               lo que hizo fue enseñar los dientes como un poseso, y empezó a temblar o algo
               parecido. Entonces, Sam le puso la mano en el pecho y sacudió la cabeza. Paul le
               miró un minuto o así y se calmó. Lo cierto es que era como si Sam le estuviera
               sujetando, como si Paul hubiera estado dispuesto a hacernos pedazos si Sam no lo
               hubiera parado —gruñó—, como en las películas malas del oeste. Ya sabes, Sam es
               un tío muy grande, tiene los veinte bien cumplidos mientras que Paul sólo tiene
               dieciséis años, como nosotros, es más bajo que yo y no está tan cachas como Quil.
               Creo que cualquiera de nosotros podría con él sin problemas.
                     —Chicos duros —asentí, mostrándome de acuerdo. Podía reconstruirlo en mi
               cabeza tal como él lo había contado y me recordó algo... un trío de hombres altos,
               morenos, de pie, juntos y muy quietos en el salón de mi padre. Sólo me acordaba de
               la imagen de refilón, porque mi cabeza estaba apoyada en el sofá mientras el doctor
               Gerandy y Charlie se inclinaban sobre mí... ¿Eran ellos, la banda de Sam?

                     Volví a hablar con rapidez para esquivar esos recuerdos tan deprimentes.
                     —¿Y no es Sam un poco mayor ya para este tipo de cosas?
                     —Claro. Se suponía que iba a ir a la universidad, pero se ha quedado aquí sin
               que nadie haya dicho una mierda sobre el tema. Todo el consejo se le echó encima a
               mi hermana cuando dejó perder una beca parcial y se casó, pero, claro, Sam Uley no
               mete nunca la pata.
                     Su rostro mostraba ahora una expresión indignada y además había algo más
               que no reconocí al principio.
                     —Realmente todo esto suena irritante y extraño, pero no entiendo por qué te lo
               tomas de una manera tan personal —le eché una ojeada a la cara, esperando no
               haberle molestado. Se había tranquilizado de pronto, mirando por la ventanilla
               lateral.
                     —Te acabas de pasar la desviación —dijo con voz serena.
                     Realicé una vuelta en herradura y estuve a punto de chocar contra un árbol, ya
               que me vi obligada a salirme un buen trozo fuera de la carretera.
                     —Gracias por el aviso —murmuré al tomar de nuevo el carril correspondiente.
                     —Perdona, no he prestado atención.
                     Se quedó inmóvil durante un minuto escaso.
                     —Puedes pararte por aquí, donde tú quieras —dijo en voz baja y sin mirarme.
                     Aparqué y apagué el motor. Los oídos me zumbaban en el silencio que siguió.




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