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pareció que únicamente llevaban pantalones cortos.
Mientras los observaba, el más alto dio unos pasos hacia el borde. Disminuí la
velocidad automáticamente, con el pie aún dubitativo sobre el pedal de freno.
Entonces, se arrojó por el precipicio.
—¡No! —grité, golpeando el freno con una pisotón.
—¿Qué pasa? —gritó Jacob a su vez, alarmado.
—¡Ese chico... acaba de saltar por el borde del acantilado! ¿Por qué no se lo han
impedido? ¡Tenemos que llamar a una ambulancia! —abrí mi puerta de un golpe y
salté fuera, aunque eso no tenía ningún sentido. La manera más rápida de llegar a un
teléfono consistía en conducir de vuelta a casa de Billy. Pero todavía no me podía
creer lo que había visto. Quizás, de modo subconsciente, esperaba ver algo distinto
sin tener por medio el cristal del parabrisas.
Jacob se rió y yo me giré con rapidez para mirarle furiosa. ¿Cómo podía
demostrar esa insensibilidad y esa crueldad?
—Sólo están haciendo salto de acantilado, Bella. Es un pasatiempo. Ya sabes, La
Push no tiene centro comercial —aunque bromeaba, había una extraña entonación
irritada en su voz.
—¿Salto de acantilado? —repetí, atónita. Sin podérmelo creer todavía, vi que
otra figura se subía al borde, hacía una pausa, y entonces saltaba al espacio vacío de
forma airosa. Cayó durante lo que me pareció una eternidad y al final se introdujo
con suavidad entre las oscuras olas grises de allá abajo.
—¡Guau! ¡Con lo alto que está...! —volví a deslizarme en mi asiento, aún
mirando con los ojos abiertos como platos a los dos saltadores que quedaban—.
Deben de ser lo menos treinta metros.
—Bueno, vale, la mayoría saltamos de más abajo, desde esa roca que sobresale
del acantilado a mitad de camino entre donde están ellos y el mar —señaló un punto
a través de su ventanilla que desde luego parecía una altura mucho más razonable—.
Esos chicos están mal de la cabeza. Probablemente lo único que pretenden demostrar
es lo duros que son. Lo que quiero decir es que hoy hace mucho frío y el agua no
debe de ser ninguna delicia —hizo una mueca de desagrado, como si la proeza le
disgustara personalmente. Me sorprendió un poco. Jamás hubiera pensado que
habría algo que le enfadara.
—¿Tú también has saltado desde el acantilado? —no se me había escapado ese
«nosotros».
—Claro, claro —se encogió de hombros y mostró una amplia sonrisa—. Es
divertido. Da un poco de miedo y algo de agobio.
Volví a fijar la mirada en los acantilados, mientras la tercera figura se acercaba
al borde. Nunca había sido testigo de algo tan temerario en mi vida. Se me abrieron
los ojos de admiración, y sonreí.
—Jake, tienes que llevarme a hacer salto de acantilado.
Volvió el rostro hacia mí, con el ceño fruncido y una expresión de clara
desaprobación.
—Bella, te recuerdo que has estado a punto de llamar una ambulancia para Sam
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