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AUTOR                                                                                               Libro
                     —¿De   verdad   que   te   gusta   pasar   el   tiempo   conmigo?   —me   preguntó,
               maravillado.
                     —Mucho.   Muchísimo.   Y   te   lo   demostraré.   Mañana   tengo   trabajo,   pero   el
               miércoles haremos algo que no tenga que ver con la mecánica.
                     —¿Como qué?
                     —No tengo ni idea. Podemos ir a mi casa, así no tendrás la tentación de
               continuar con tu obsesión. Puedes traerte los deberes del instituto, ya que debes de
               estar retrasándote, igual que yo.
                     —Lo de hacer las tareas es una buena idea —hizo una mueca y me pregunté
               cuántas cosas estaba dejando sin hacer por estar conmigo.
                     —Sí   —asentí—.   Tenemos   que   empezar   a   comportarnos   de   una   forma
               responsable, o Billy y Charlie no se lo van a tomar tan bien como hasta ahora —hice
               un gesto refiriéndome a los dos como una sola entidad, cosa que le gustó porque
               sonrió abiertamente.
                     —¿Tareas una vez a la semana? —propuso.
                     —Mejor que sean dos —sugerí al pensar en la pila de trabajos que acababan de
               ponerme ese mismo día.
                     Suspiró pesadamente. Apartó su caja de herramientas y tomó una bolsa de
               papel de supermercado de donde sacó dos latas de soda. Abrió una y me la pasó.
               Luego abrió la segunda y la elevó ceremoniosamente.
                     —De aquí a la responsabilidad —brindó—. Dos veces por semana.
                     —Y a la imprudencia todos los días que queden —añadí yo con énfasis.
                     Sonrió e hizo chocar su lata con la mía.





                     Llegué a casa más tarde de lo planeado y me encontré con que Charlie había
               preferido encargar una pizza antes que esperarme. No me dejó que me disculpara.
                     —No importa —me aseguró—. De todos modos te mereces un descanso de la
               cocina.
                     Me di cuenta de que lo que realmente ocurría es que se sentía aliviado de que
               yo siguiera todavía comportándome como una persona normal, y desde luego, él no
               lo iba a echar a perder.
                     Comprobé   el   correo   antes   de   comenzar   con   mis   tareas   caseras.   Recibí   un
               mensaje bastante largo de Renée. Se había regodeado en cada detalle de lo que le
               había contado, por lo que le devolví otra descripción exhaustiva de lo que había
               hecho en el día. Todo, salvo lo de las motos. Incluso la despreocupada Renée se
               alarmaría por una cosa como ésa.
                     El martes, en el instituto, tuvo sus momentos buenos y malos. Angela y Mike
               estaban dispuestos a recibirme de vuelta con los brazos abiertos, haciendo la vista
               gorda   amablemente   ante   esos   meses   en   los   que   yo   había   mostrado   un
               comportamiento aberrante. Jess parecía más reacia. Me pregunté si es que necesitaba
               una disculpa formal, por escrito, por el incidente de Port Angeles.
                     Mike   estuvo   animado   y   charlatán   en   el   trabajo.   Parecía   como   si   hubiera




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