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alrededor, de modo que deduje que Billy y él habían estado hablando a nuestras
espaldas.
—Hola, chicos —dijo mientras desviaba la mirada hacia la cocina donde me
había pasado toda la tarde haciendo una lasaña, mientras Jacob miraba y la probaba
de vez en cuando. El olor se extendía por el vestíbulo. La había hecho a conciencia,
para expiar todas las pizzas que había tenido que pedir.
Jacob se quedó a cenar y se llevó un plato a casa para Billy. Consintió de mala
gana en añadirme otro año en nuestras negociaciones sobre la edad por ser una
buena cocinera.
El viernes estuvimos en el garaje, y el sábado, después de mi turno en el
negocio de los Newton, tocó hacer las tareas en casa otra vez. Charlie confiaba tanto
en mi nueva cordura que se pasó el día pescando con Harry. Cuando regresó, ya
habíamos terminado todo, lo que, por cierto, nos hizo sentirnos muy maduros y
responsables, y estábamos viendo un episodio de Monster Garage en el canal
Discovery.
—Quizás debería irme ya —suspiró Jacob—. Es más tarde de lo que pensaba.
—Vale, de acuerdo —rezongué—. Te llevaré a casa.
Pareció agradarle lo reacio de mi expresión, y lanzó una carcajada.
—Mañana, de vuelta al trabajo —le dije, tan pronto como estuvimos a salvo en
el coche—. ¿A qué hora quieres que vaya?
Sonrió al responderme con un entusiasmo contenido.
—Te llamaré antes, ¿de acuerdo?
—Bueno.
Torcí el gesto sin dejar de preguntarme qué se traía entre manos. Su sonrisa se
ensanchó.
La mañana siguiente me dediqué a limpiar la casa mientras esperaba la llamada
de Jacob, a la vez que intentaba sacarme de encima la última pesadilla. El escenario
había cambiado. La última noche había estado vagando por un mar de helechos entre
los cuales crecían enormes árboles de cicuta. No había allí nada más, y yo me había
perdido, vagabundeando sola y sin dirección, sin saber lo que buscaba. Hubiera
querido darme de patadas por la estúpida excursión de la última semana. Intenté
sacar el sueño de mi mente consciente, esperando que se quedara metido en alguna
otra parte y no volviera a escapar de allí.
Charlie estaba fuera lavando el coche patrulla así que, cuando sonó el teléfono,
solté la escobilla del baño y corrí escaleras abajo para responder.
—¿Diga? —contesté casi sin aliento.
—Bella —dijo Jacob, con un extraño tono formal de voz.
—Hola, Jake.
—Creo que... tenemos una «cita» —entonó la palabra con segundas intenciones.
Me llevó más de un segundo pillar la indirecta.
—¿Están terminadas? —justo a tiempo. Necesitaba algo que me distrajera de
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