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pesadillas y vacíos.
—Sí, andan y todo.
—Jacob eres, sin ningún género de duda, la persona de mayor talento y más
maravillosa que conozco. Te concedo diez años sólo por esto.
—¡Guay! Ya soy una persona madura.
Me reí.
—¡Y yo pronto lo conseguiré!
Dejé las cosas del baño en el armarito y tomé la chaqueta.
—Vas a ver a Jake —dijo Charlie al verme pasar a toda velocidad. En realidad,
no me lo estaba preguntando.
—Sí —repliqué mientras saltaba al interior de mi coche.
—Luego, me iré a la comisaría —me gritó Charlie cuando ya estaba dentro.
—¡Vale! —grité de vuelta, girando la llave de contacto.
Charlie añadió algo más, pero el rugido del motor impidió que le escuchara con
claridad. Me sonó a algo así como: «¿Dónde está el fuego?».
Aparqué el coche en un costado de la casa de los Black, cerca de los árboles,
para que resultara más fácil sacar las motos a hurtadillas. Una mancha de colores
captó mi atención nada más echar pie a tierra; eran las dos relucientes motos —una
roja y otra negra— escondidas debajo de una pícea, lo que las hacía invisibles desde
la casa. Jacob se había preparado bien.
Le había puesto un pequeño lazo azul a cada uno de los manillares. Esto me
hizo reír mucho y aún seguía riéndome cuando Jacob salió de la casa.
—¿Preparada? —me preguntó en voz baja, con los ojos chispeantes.
Miré por encima de su hombro y no vi ni rastro de Billy.
—De acuerdo —contesté, pero ya no estaba tan entusiasmada como antes;
estaba intentando imaginarme a mí misma montada de verdad encima de la moto.
Jacob las metió con facilidad en la parte posterior del coche, y las tumbó de lado
de modo que no se vieran.
—Vámonos —me animó, con la voz algo más aguda de lo habitual por la
excitación—. Conozco un sitio perfecto; nadie nos verá allí.
Salimos fuera de la ciudad y condujimos en dirección sur. La carretera
polvorienta salía y entraba del bosque y algunas veces sólo veíamos árboles. Y de
repente, surgió una espectacular panorámica del océano Pacífico que llegaba hasta el
horizonte, de color gris oscuro bajo las nubes. Estábamos por encima de la playa,
sobre los acantilados que bordeaban la costa y la vista parecía perderse hacia el
infinito.
Conduje despacio para poder echar una ojeada de vez en cuando al mar sin
correr peligro, especialmente cuando la carretera se ceñía a los acantilados. Jacob
hablaba sobre cómo había terminado las motos, pero su descripción era muy técnica
para mí, así que no presté demasiada atención.
Fue entonces cuando descubrí cuatro figuras de pie en un saliente rocoso,
demasiado cercanas al precipicio. No podía calcular sus edades a semejante
distancia, pero supuse que eran varones. A pesar de que el aire era helado, me
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