Page 101 - e-book
P. 101

AUTOR                                                                                               Libro
               pesadillas y vacíos.
                     —Sí, andan y todo.
                     —Jacob eres, sin ningún género de duda, la persona de mayor talento y más
               maravillosa que conozco. Te concedo diez años sólo por esto.
                     —¡Guay! Ya soy una persona madura.
                     Me reí.
                     —¡Y yo pronto lo conseguiré!
                     Dejé las cosas del baño en el armarito y tomé la chaqueta.
                     —Vas a ver a Jake —dijo Charlie al verme pasar a toda velocidad. En realidad,
               no me lo estaba preguntando.
                     —Sí —repliqué mientras saltaba al interior de mi coche.
                     —Luego, me iré a la comisaría —me gritó Charlie cuando ya estaba dentro.
                     —¡Vale! —grité de vuelta, girando la llave de contacto.
                     Charlie añadió algo más, pero el rugido del motor impidió que le escuchara con
               claridad. Me sonó a algo así como: «¿Dónde está el fuego?».
                     Aparqué el coche en un costado de la casa de los Black, cerca de los árboles,
               para que resultara más fácil sacar las motos a hurtadillas. Una mancha de colores
               captó mi atención nada más echar pie a tierra; eran las dos relucientes motos —una
               roja y otra negra— escondidas debajo de una pícea, lo que las hacía invisibles desde
               la casa. Jacob se había preparado bien.
                     Le había puesto un pequeño lazo azul a cada uno de los manillares. Esto me
               hizo reír mucho y aún seguía riéndome cuando Jacob salió de la casa.
                     —¿Preparada? —me preguntó en voz baja, con los ojos chispeantes.

                     Miré por encima de su hombro y no vi ni rastro de Billy.
                     —De acuerdo —contesté, pero ya no estaba tan entusiasmada como antes;
               estaba intentando imaginarme a mí misma montada de verdad encima de la moto.
                     Jacob las metió con facilidad en la parte posterior del coche, y las tumbó de lado
               de modo que no se vieran.
                     —Vámonos —me animó, con la voz algo más aguda de lo habitual por la
               excitación—. Conozco un sitio perfecto; nadie nos verá allí.
                     Salimos   fuera   de   la   ciudad   y   condujimos   en   dirección   sur.   La   carretera
               polvorienta salía y entraba del bosque y algunas veces sólo veíamos árboles. Y de
               repente, surgió una espectacular panorámica del océano Pacífico que llegaba hasta el
               horizonte, de color gris oscuro bajo las nubes. Estábamos por encima de la playa,
               sobre los acantilados que bordeaban la costa y la vista parecía perderse hacia el
               infinito.
                     Conduje despacio para poder echar una ojeada de vez en cuando al mar sin
               correr peligro, especialmente cuando la carretera se ceñía a los acantilados. Jacob
               hablaba sobre cómo había terminado las motos, pero su descripción era muy técnica
               para mí, así que no presté demasiada atención.
                     Fue entonces cuando descubrí cuatro figuras de pie en un saliente rocoso,
               demasiado   cercanas   al   precipicio.   No   podía   calcular   sus   edades   a   semejante
               distancia, pero supuse que eran varones. A pesar de que el aire era helado, me




                                                                                                   - 101 -
   96   97   98   99   100   101   102   103   104   105   106