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Me resultaba extraña esa cercanía a otro ser humano, más desde el punto de
vista emocional que del físico, aunque también lo físico me pareciera raro. No era mi
estilo habitual. Normalmente no me relacionaba con la gente con tanta facilidad, a un
nivel tan básico.
Desde luego, no con seres humanos.
—Si es así como vas a reaccionar siempre, creo que se me va a ir la olla más a
menudo —su voz sonó ahora ligera, otra vez normal, y su risa retumbó en mi oído.
Me exploró el pelo con los dedos, con suavidad y de forma vacilante.
Bueno, era amistad al menos para mí.
Me retiré con rapidez, riéndome con él, pero decidida a poner las cosas en su
sitio de una vez.
—Es difícil de creer que soy dos años mayor que tú —dije, enfatizando la
palabra «mayor»—. Me haces sentir como una enana —estando tan cerca de él,
realmente tenía que estirar el cuello para verle la cara.
—Se te ha olvidado que ando ya por los cuarenta, claro.
—Oh, claro.
Me dio unos golpecitos en la cabeza.
—Eres como una muñequita —bromeó—. Una muñeca de porcelana.
Puse los ojos en blanco y di un paso hacia atrás.
—Espero que no me salgan grietas blancas.
—En serio, Bella, ¿estás segura de que no las tienes? —apretó su brazo cobrizo
contra el mío. La diferencia era estremecedora—. No he visto a nadie más pálido que
tú... Bueno, a excepción de... —se interrumpió y yo miré hacia otro lado intentando
no dar paso en mi mente a lo que él había estado a punto de decir—. Pero bueno,
¿vamos a montar en las motos, o qué?
—Vamos allá —acordé, con más entusiasmo del que había sentido hacía medio
minuto. Su frase inacabada me había recordado el motivo por el que estábamos allí.
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