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—¡Estoy genial! —grité con entusiasmo. Flexioné los brazos y las piernas y todo
parecía funcionar correctamente—. ¡Vamos a hacerlo otra vez!
—No creo que sea una buena idea —la voz de Jacob todavía sonaba preocupada
—. Será mejor que te lleve primero al hospital.
—Estoy bien.
—¿Ah, sí, Bella? Tienes un corte bien grande en la frente y estás poniendo todo
perdido de sangre —me informó.
Me llevé la mano a la cabeza, mojada y pegajosa, de eso no cabía duda. No
podía oler nada, salvo el musgo húmedo adherido a mi rostro, y eso me había
evitado las náuseas.
—Oh, lo siento tanto, Jacob —me apreté fuerte la herida, como si de esa manera
pudiera empujar de nuevo la sangre a mi cabeza.
—¿Por qué te disculpas por sangrar? —preguntó él, mientras me sujetaba la
cintura con su largo brazo y me alzaba hasta ponerme de pie—. Vámonos. Conduzco
yo —alzó la mano para tomar las llaves.
—¿Y qué hacemos con las motos? —le pregunté mientras se las daba.
Pensó durante un segundo.
—Espera aquí. Y toma esto —se quitó la camiseta, que ya se había manchado de
sangre, y me la arrojó. Hice un lío con ella y me la apreté con fuerza contra la frente.
Ya empezaba a sentir el olor de la sangre; inspiré profundamente a través de la boca e
intenté pensar en otra cosa.
Jacob saltó sobre la moto negra, la arrancó al primer intento y corrió de nuevo
hacia la carretera, dejando a sus espaldas una estela de arena y piedras. Tenía un
aspecto atlético y profesional cuando se inclinó sobre el manillar, con la cabeza baja,
el rostro hacia delante y el cabello brillante golpeando sobre la piel cobriza de su
espalda. Se me entrecerraron los ojos de la envidia. Estaba segura de que yo no
mostraba el mismo aspecto subida en la moto.
Me sorprendió lo lejos que había ido. Apenas podía distinguir a Jacob en la
distancia cuando finalmente llegó al coche. Dejó la moto en la parte de atrás y saltó al
asiento del conductor.
No me sentí mal en absoluto mientras él hacía que el motor de mi coche rugiera
de forma ensordecedora en su prisa por volver a donde yo me encontraba. Me dolía
un poco la cabeza y tenía el estómago algo revuelto, pero el corte no parecía serio.
Las heridas de la cabeza son las que más sangran. Tanta urgencia me pareció
innecesaria.
Jacob dejó el coche en marcha mientras corría hacia mi lado, volviendo a poner
su brazo en torno a mi cintura.
—Venga, vamos a subirte al coche.
—Estoy bien, de verdad —le aseguré mientras me ayudaba a incorporarme—.
No te pongas como loco, que sólo es un poco de sangre.
—Más bien es un montón de sangre —le escuché murmurar mientras volvía a
buscar mi moto.
—Bueno, ahora vamos a pensar esto un poco —comencé cuando volvió—. Si me
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