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AUTOR                                                                                               Libro
                     Después de asegurarme de que no había dejado a mi espalda ninguna evidencia
               que me delatara, bajé las escaleras.
                     —¿Qué aspecto tengo? —le pregunté.
                     —Mejor —reconoció él.
                     —Pero ¿tengo el aspecto de haber tropezado en tu garaje y haberme dado un
               golpe en la cabeza con un martillo?
                     —Sí, yo diría que sí.
                     —Entonces, vamos.
                     Jacob se apresuró a sacarme de la casa e insistió en conducir de nuevo. Íbamos
               casi a mitad de camino del hospital cuando me di cuenta de que iba sin camiseta.
                     Fruncí el ceño, sintiéndome culpable.
                     —Debería haber tomado una chaqueta para ti.
                     —Eso nos habría descubierto —bromeó él—. Además, no hace frío.
                     —¿Estás de broma? —temblé y me incliné para encender la calefacción.
                     Le miré para comprobar si sólo se estaba haciendo el duro de modo que yo no
               me   preocupara,   pero   parecía   bastante   cómodo.   Había   pasado   un   brazo   por   el
               respaldo de mi asiento, aunque yo iba acurrucada, para mantener el calor.
                     La verdad era que Jacob parecía mayor de los dieciséis años que tenía. No
               aparentaba   cuarenta,   pero   sí   parecía   mayor   que   yo.   Quil   no   era   mucho   más
               musculoso que él, por mucho que Jacob se quejara de ser un esqueleto. Sus músculos,
               de tipo enjuto y nervudo, destacaban con toda nitidez bajo su piel suave. Tenía un
               color tan bonito que me dio envidia.
                     Jacob notó mi escrutinio.

                     —¿Qué? —preguntó, pensando de pronto en su aspecto.
                     —Nada. Que no me había dado cuenta antes. ¿Sabes que estás bastante bien?
                     Una vez que las palabras salieron de mis labios, me arrepentí por si él se
               tomaba mi observación impulsiva de manera errónea.
                     Pero Jacob lo único que hizo fue poner los ojos en blanco.
                     —Te has dado un buen golpe en la cabeza, ¿a que sí?
                     —Lo digo en serio.
                     —Vale, pues entonces gracias. O lo que sea.
                     Sonreí de oreja a oreja.
                     —Pues de nada. O lo que sea.




                     Me tuvieron que dar siete puntos para cerrarme la herida de la frente. Después
               del pinchazo de la anestesia local, no volví a sentir dolor alguno a lo largo del
               proceso. Jacob me sostuvo la mano mientras el doctor Snow me cosía, e intenté no
               pensar en la ironía del asunto.
                     Estuvimos en el hospital todo el rato. Para cuando terminaron conmigo, tuve
               que dejar a Jacob en su casa y apresurarme de vuelta a la mía para hacerle la comida
               a Charlie. Este pareció tragarse la historia de mi caída en el garaje de Jacob. Después
               de todo, ya en otras ocasiones había sido capaz de trasladarme yo sola a urgencias,




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