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AUTOR                                                                                               Libro
                     —¿Y Billy?
                     —Tan útil como siempre —repuso con un tono de voz amargo y enfadado que
               me hizo sentirme mal.
                     —Nuestra casa está siempre abierta —le ofrecí.
                     Se rió, rompiendo así su extraño estado de ánimo.
                     —Pero piensa en la mala situación en la que pondríamos a Charlie... cuando
               Billy llamara a la policía para denunciar mi secuestro.
                     Me reí también, contenta de que Jacob volviera a ser el de siempre.
                     Nos   detuvimos   cuando   él   dijo   que   habíamos   andado   nueve   kilómetros   y
               cortamos hacia el oeste durante un rato, para luego volver a tomar otra de las líneas
               de sus coordenadas. Todo parecía exactamente igual que lo que habíamos dejado
               atrás, y tuve la sensación de que mi tonta búsqueda no nos iba a llevar a ninguna
               parte. Me fui convenciendo cada vez más conforme comenzó a oscurecer y el día sin
               sol se fue transformando en una noche sin estrellas, aunque Jacob parecía mantener
               la confianza.
                     —Siempre que estés segura de que salimos del lugar correcto... —me miró.
                     —Sí, estoy segura.
                     —Entonces   lo   encontraremos   —me   prometió,   agarrándome   la   mano   e
               impulsándome a través de una masa de helechos. Al otro lado apareció mi coche.
               Gesticuló hacia él con orgullo—. Confía en mí.
                     —Eres bueno —admití—, aunque la próxima vez traeremos linternas.
                     —Reservaremos los domingos para hacer excursiones, de aquí en adelante. No
               sabía que fueras tan lenta.

                     Tiré de mi bolso bruscamente y lo estampé contra el asiento del conductor
               mientras él se reía por mi reacción.
                     —¿Así que estás dispuesta a intentarlo de nuevo mañana? —me preguntó,
               mientras se deslizaba hacia el lado del copiloto.
                     —Seguro. A no ser que prefieras ir solo para que no te ralentice mi cojera.
                     —Sobreviviré —me aseguró—. Aunque si quieres seguir haciendo excursiones,
               mejor te traes unas cuantas tiritas. Te apuesto algo a que te acabas de dar cuenta de
               que llevas puestas esas botas nuevas.
                     —Un poco —confesé. Me parecía tener en los pies más ampollas que espacio
               para que salieran.
                     —Ojalá que veamos al oso mañana. Estoy un poco decepcionado por no haberlo
               divisado.
                     —Sí,   yo   también   —le   di   la   razón,   aunque   de   forma   sarcástica—.   ¡Quizá
               tengamos suerte mañana y algo nos coma vivos!
                     —Los osos no se comen a la gente. No les sabemos tan bien —me sonrió en la
               cabina oscura del coche—. Claro, aunque tal vez tú seas la excepción. Me apuesto lo
               que quieras a que sabes estupendamente.
                     —Muchas gracias —contesté mientras miraba hacia otro lado. No era la primera
               persona que me había dicho eso.






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