Page 252 - Crepusculo 1
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—Te he traído al baile —dijo arrastrando las palabras y contestando finalmente a mi
pregunta—, porque no deseo que te pierdas nada, ni que mi presencia te prive de nada si está
en mi mano. Quiero que seas humana, que tu vida continúe como lo habría hecho si yo
hubiera muerto en 1918, tal y como debería haber sucedido.
Me estremecí al oír sus palabras y luego sacudí la cabeza con enojo.
— ¿Y en qué extraña dimensión paralela habría asistido al baile alguna vez por mi
propia voluntad? Si no fueras cien veces más fuerte que yo, nunca habrías conseguido
traerme.
Esbozó una amplia sonrisa, pero la alegría de esa sonrisa no llegó a los ojos.
—Tú misma has reconocido que no ha sido tan malo.
—Porque estaba contigo.
Permanecimos inmóviles durante un minuto. Edward contemplaba la luna, y yo a él.
Deseaba encontrar la forma de explicarle qué poco interés tenía yo en llevar un vida humana
normal.
— ¿Me contestarás si te pregunto algo? —inquirió, mirándome con una sonrisa suave.
— ¿No lo hago siempre?
—Prométeme que lo harás —insistió, sonriente.
—De acuerdo —supe que iba a arrepentirme muy pronto.
—Parecías realmente sorprendida cuando te diste cuenta de que te traía aquí —
comenzó.
—Lo estaba —le interrumpí.
—Exacto —admitió—, pero algo tendrías que suponer. Siento curiosidad... ¿Para qué
pensaste que nos vestíamos de esta forma?
Sí, me arrepentí de inmediato. Fruncí los labios, dubitativa.
—No quiero decírtelo.
—Lo has prometido —objetó.
—Lo sé.
— ¿Cuál es el problema?
Me di cuenta de que él creía que lo que me impedía hablar era simplemente la
vergüenza.
—Creo que te vas a enfadar o entristecer.
Enarcó las cejas mientras lo consideraba.
—De todos modos, quiero saberlo. Por favor.
Suspiré. Él aguardaba mi contestación.
—Bueno, supuse que iba a ser una especie de... ocasión especial. Ni se me pasó por la
cabeza que fuera algo tan humano y común como... ¡un baile de fin de curso! —me burlé.
— ¿Humano? —preguntó cansinamente.
Había captado la palabra clave a la primera. Observé mi vestido mientras jugueteaba
nerviosamente con un hilo suelto de gasa. Edward esperó en silencio mi respuesta.
—De acuerdo —confesé atropelladamente—, albergaba la esperanza de que tal vez
hubieras cambiado de idea y que, después de todo, me transformaras.
Una decena de sentimientos encontrados recorrieron su rostro. Reconocí algunos, como
la ira y el dolor, y, después de que se hubo serenado, la expresión de sus facciones pareció
divertida.
—Pensaste que sería una ocasión para vestirse de tiros largos, ¿a que sí? —se burló,
tocando la solapa de la chaqueta de su traje de etiqueta.
Torcí el gesto para ocultar mi vergüenza.
—No sé cómo van esas cosas; al menos, a mí me parecía más racional que un baile de
fin de curso —Edward seguía sonriendo—. No es divertido —le aseguré.
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