Page 251 - Crepusculo 1
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—Eh, no te he oído llegar —masculló—. Espero verte por ahí, Bella —dio un paso atrás
y saludó con la mano de mala gana.
Sonreí.
—Claro, nos vemos luego.
—Lo siento —añadió antes de darse la vuelta y encaminarse hacia la puerta.
Los brazos de Edward me tomaron por la cintura en cuanto empezó la siguiente
canción. Parecía de un ritmo algo rápido para bailar lento, pero a él no pareció importarle.
Descansé la cabeza sobre su pecho, satisfecha.
— ¿Te sientes mejor? —le tomé el pelo.
—No del todo —comentó con parquedad.
—No te enfades con Billy —suspiré—. Se preocupa por mí sólo por el bien de Charlie.
No es nada personal.
—No estoy enfadado con Billy —me corrigió con voz cortante—, pero su hijo me irrita.
Eché la cabeza hacia atrás para mirarle. Estaba muy serio.
— ¿Por qué?
—En primer lugar, me ha hecho romper mi promesa.
Le miré confundida, y él esbozó una media sonrisa cuando me explicó:
—Te prometí que esta noche estaría contigo en todo momento.
—Ah. Bueno, quedas perdonado.
—Gracias —Edward frunció el ceño—. Pero hay algo más.
Esperé pacientemente.
—Te llamó guapa —prosiguió al fin, acentuando más el ceño fruncido—. Y eso es
prácticamente un insulto con el aspecto que tienes hoy. Eres mucho más que hermosa.
Me reí.
—Tu punto de vista es un poco parcial.
—No lo creo. Además, tengo una vista excelente.
Continuamos dando vueltas en la pista. Llevaba mis pies con los suyos y me estrechaba
cerca de él.
— ¿Vas a explicarme ya el motivo de todo esto? —le pregunté.
Me buscó con la mirada y me contempló confundido. Yo lancé una significativa mirada
hacia las guirnaldas de papel.
Se detuvo a considerarlo durante un instante y luego cambió de dirección. Me condujo a
través del gentío hacia la puerta trasera del gimnasio. De soslayo, vi bailar a Mike y Jessica,
que me miraban con curiosidad. Jessica me saludó con la mano y de inmediato le respondí
con una sonrisa. Ángela también se encontraba allí, en los brazos del pequeño Ben Cheney;
parecía dichosa y feliz sin levantar la vista de los ojos de él, era una cabeza más bajo que ella.
Lee y Samantha, Lauren, acompañada por Conner, también nos miraron. Era capaz de
recordar los nombres de todos aquellos que pasaban delante de mí a una velocidad de vértigo.
De pronto, nos encontramos fuera del gimnasio, a la suave y fresca luz de un crepúsculo
mortecino.
Me tomó en brazos en cuanto estuvimos a solas. Atravesamos el umbrío jardín sin
detenernos hasta llegar a un banco debajo de los madroños. Se sentó allí, acunándome contra
su pecho. Visible a través de las vaporosas nubes, la luna lucía ya en lo alto e iluminaba con
su nívea luz el rostro de Edward. Sus facciones eran severas y tenía los ojos turbados.
— ¿Qué te preocupa? —le interrumpí con suavidad.
Me ignoró sin apartar los ojos de la luna.
—El crepúsculo, otra vez —murmuró—. Otro final. No importa lo perfecto que sea el
día, siempre ha de acabar.
—Algunas cosas no tienen por qué terminar —musité entre dientes, de repente tensa.
Suspiró.
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