Page 27 - Crepusculo 1
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Traté de fingir atención mientras el señor Banner mostraba con transparencias del
retroproyector lo que yo había visto sin dificultad en el microscopio, pero era incapaz de
controlar mis pensamientos.
Cuando al fin el timbre sonó, Edward se apresuró a salir del aula con la misma rapidez
y elegancia del pasado lunes. Y, como el lunes pasado, le miré fijamente.
Mike acudió brincando a mi lado y me recogió los libros. Le imaginé meneando el
rabo.
— ¡Qué rollo! —gimió—. Todas las diapositivas eran exactamente iguales. ¡Qué
suerte tener a Cullen como compañero!
—No tuve ninguna dificultad —dije, picada por su suposición, pero me arrepentí
inmediatamente y antes de que se molestara añadí—: Es que ya he hecho esta práctica.
—Hoy Cullen estuvo bastante amable —comentó mientras nos poníamos los
impermeables. No parecía demasiado complacido.
Intenté mostrar indiferencia y dije:
—Me pregunto qué mosca le picaría el lunes.
No presté ninguna atención a la cháchara de Mike mientras nos encaminábamos hacia
el gimnasio y tampoco estuve atenta en clase de Educación física. Mike formaba parte de mi
equipo ese día y muy caballerosamente cubrió tanto mi posición como la suya, por lo que
pude pasar el tiempo pensando en las musarañas salvo cuando me tocaba sacar a mí. Mis
compañeros de equipo se agachaban rápidamente cada vez que me tocaba servir.
La lluvia se había convertido en niebla cuando anduve hacia el aparcamiento, pero me
sentí mejor al entrar en la seca cabina del monovolumen. Encendí la calefacción sin que, por
una vez, me importase el ruido del motor, que tanto me atontaba. Abrí la cremallera del
impermeable, bajé la capucha y ahuequé mi pelo mojado para que se secara mientras volvía a
casa.
Miré alrededor antes de dar marcha atrás. Fue entonces cuando me percaté de una
figura blanca e inmóvil, la de Edward Cullen, que se apoyaba en la puerta delantera del Volvo
a unos tres coches de distancia y me miraba fijamente. Aparté la vista y metí la marcha atrás
tan deprisa que estuve a punto de chocar contra un Toyota Corola oxidado. Fue una suerte
para el Toyota que pisara el freno con fuerza. Era la clase de coche que mi monovolumen
podía reducir a chatarra. Respiré hondo, aún con la vista al otro lado de mi coche, y volví a
meter la marcha con más cuidado y éxito. Seguía con la mirada hacia delante cuando pasé
junto al Volvo, pero juraría que lo vi reírse cuando le miré de soslayo.
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